El orfeón de la UCV había sido invitado a participar en el Festival Internacional del Canto Coral de Barcelona, España, pero no pudo llegar. El avión militar que lo transportaba se estrelló el 3 de septiembre de 1976 en la isla Terceira del Archipiélago de las Azores (Portugal). El año siguiente, el 4 de septiembre, en los Bosques Collserola, a la coral de la Universidad Simón Bolívar, invitada a participar en ese mismo festival, le correspondió el protagonismo al ser el coro-guía en una misa-homenaje que le ofrendaron a los 52 coralistas fallecidos. 46 años después, siete voces de la coral de la USB han sido unificadas para remembrar la experiencia de ese día lleno de lágrimas y de pasión por la música, con la “certera sensación de que en ese instante sus voces cantaban con nosotros desde el confín”.
Cuarenta y seis años después
Autor: ProDoc (Proyecto Documental de Cusib Global)
Bajo la mirada celeste del universo, el verde abrigo de los árboles y el suave rumor del baile de las ramas, nos reunimos en los Bosques de Collserola el 4 de septiembre de 1977, para honrar la vida y el canto de otras voces. Fue una mañana fresca de verano y aquel hermoso parque a las afueras de Barcelona, España, nos abría sus puertas y con ellas, tristes ecos del pasado.
Acudimos allí tras la invitación para cantar en la misa que tendría lugar en el marco del Festival Internacional del Canto Coral de Barcelona. Y no podría haber sido más emotivo y conmovedor lo que se constituyó en el cierre de la que fuera nuestra primera gira a Europa: la misa por el primer aniversario de aquel fatídico y desgarrador 3 de septiembre de 1976. El día que partió en dos la historia coral venezolana tras recibirse la noticia de que un avión Hércules de la Fuerza Aérea de Venezuela, con cincuenta y dos integrantes del Orfeón de la Universidad Central de Venezuela, se había estrellado en las Islas Azores, elevando sus almas al cielo desde un amasijo de hierro y llamas.
Alentándonos unos a otros, nos apiñamos para cantar distribuidos más cercana e informalmente de lo acostumbrado para una presentación. Alberto Grau, al frente, se erguía como un faro en aquella tormenta de emociones. De su mano partió el primer verso del “Cántico” de Vicente Emilio Sojo.
Vuela alma mía
hacia el confín
hondo y sereno
del azul
rompe tu jaula
de marfil
deja en sus ruinas
tu dolor.
Allá en lo azul los lirios
ornan alcázares de ensueño
arpas de estrellas
melodizan los ritmos
y teorías de mil auroras
van cantando sobre las nubes
su fresca juventud.
(“Cántico”, música y letra de Vicente Emilio Sojo)
Comenzamos a cantar, a sollozar, a llorar. Voces y lágrimas entrelazándose en un gemido canto al unísono. Cantar, con aquel grueso nudo en la garganta y en el alma, fue un desafío de dimensiones insondables. El parque -nuestro escenario- se había convertido en un altar de recordación. El sol se colaba entre las hojas, exaltando con su luz la tristeza profunda de los rostros de los asistentes, el brillo incandescente de las flores que lucían mucho más blancas y la certeza hiriente de la ausencia de nuestros compañeros coralistas.
Cada rincón, cada nota, cada sensación, revivía momentos de muchos compañeros que habían cantado con nosotros en alguna ocasión. Un par de años atrás, por ejemplo, ambas agrupaciones habíamos participado en un montaje sinfónico coral, de manera que el recuerdo era cercano. Pero también nos invadía una sensación de extrañeza, de estar usurpando un lugar que no debió ser nuestro sino de ellos. Al fin y al cabo, habían viajado para ser parte de la edición anterior de ese mismo Festival. Era un sentimiento de culpabilidad inaudito en medio de caras desencajadas y espectadores cabizbajos.
Los recuerdos de las ambulancias, los carros fúnebres, los vehículos de Defensa Civil transportando las urnas con nuestros compañeros del Orfeón de la UCV y el homenaje final frente al Aula Magna, se entrelazaban en nuestras mentes con el cantar.
El entierro en el Cementerio del Este, bajo la luz fría de las lámparas gigantes de los bomberos, emergían mientras la melodía se tejía con hilos de pesar y gallardía.
Pero también, más allá del dolor, teníamos la certera sensación de que en ese instante sus voces cantaban con nosotros desde el confín. En cada nota, una memoria; en cada armonía, una lágrima; y por ellos, sentirnos bendecidos de lograr mantener el canto.
Cada frase del “Cántico”, que habíamos interpretado infinidad de veces en el pasado, resonó entonces en nuestros corazones con un sentido profundo de propósito. Fue un momento sagrado en el que nuestras voces se elevaron como un tributo. Como una forma de traer consuelo y esperanza a quienes lloraban la pérdida. Como expresión de nuestro amor, gratitud y respeto por aquellos que, como nosotros, compartían la pasión por el canto coral y la música. Era el canto coral como un bálsamo para el alma tejiendo conexiones etéreas con los compañeros que habían partido, porque cantábamos para y por ellos, con el corazón pesado y lleno de un dolor inmenso.
El silencio que siguió a nuestra interpretación fue un eco de ausencia y homenaje, mientras nuestros sollozos se alzaban como un último adiós. Buscamos expresar lo inexpresable ante el duelo profundo por la pérdida de nuestros hermanos. Aún hoy, tras los duros años de la pandemia, mientras el Orfeón de la UCV resuena de nuevo por toda Venezuela con una fuerza y un sonido muy especiales, descubrimos que la vida se renueva día a día, que el amor es eterno y que la música es el hilo conductor de ese amor.
Nuestras voces siguen vibrando marcadas por la impronta emocional de aquel día, en honor a aquellos que se fueron y no pudieron seguir cantando, pero que, no tenemos la menor duda, estarán por siempre en nuestros corazones y en el suave rumor del baile de las ramas en los Bosques de Collserola.
(Nota: Esta polifonía fue elaborada a partir de siete textos cortos escritos por los coralistas de la Universidad Simón Bolívar Alina Agüero, Zoila Arreaza, Juan De Freitas, María Isabel López, Raymundo Mussa, Milagros Semprún y Venus Suárez, que fueron unificados usando herramientas de inteligencia artificial. Los parámetros solicitados a la aplicación fueron: combinar los textos entrelazándolos de forma poética y eliminando redundancias. Luego, el resultado propuesto por la IA fue sometido a una exhaustiva revisión y edición de estilo por parte de Adriana Bracho, incorporando, además, información suministrada por Sergio Vitolo).
Publicación original: https://documental.cusibglobal.org/cantico-para-el-dulce-renacer-de-la-vida/