OMAR PINEDA

Yo rondaba los once años y defendía la segunda base cuando, a esa última hora de la tarde, y tras un segundo foul de Juan Ramón, mi hermano Teo desde el portón de la casa me sacudió con eso de que habían asesinado a Kennedy. Menciono una época en la que nadie imaginó el huracán de las redes sociales y que entonces la transmisión televisiva en directo era privilegio en ciertos países. De modo que lo que mi hermano anunció como un ¡extra! lo había oído por la radio y que llegó a las redacciones de la prensa por el teletipo. Aún así desconfié del bombazo periodístico porque días antes desarmé la trampa de Teo que consistía en gritarme desde el portón que había muerto algún familiar en Maracaibo, y cuando yo acudía corriendo ¡zuas! me ponía en la mano el dinero para que comprara en el abasto lo que mamá le había encomendado a él.

Pero sí, Alfredito que cubría tercera, me lo confirmó y yo quedé congelado con la primicia porque hacía menos de un año que Kennedy pasó por Caracas y el tipo hasta me cayó bien. La noticia me impactó de tal forma que al tercer lanzamiento Juan Ramón bateó una línea que aterrizó directamente en mis costillas y el desgraciado casi se consagra con un “jonrón de piernas”, de no ser por Edgardo que hizo una buena asistencia en el jardín central y lanzó rápido a home para impedir la carrera ganadora.

Ahora, como si oyera el crujir del tiempo, evoco ese jueves 22 de noviembre de 1962, fecha que Oliver Stone documentó magistralmente con JFK y cuando veo el entusiasmo por el triunfo de Joe Biden presagiando que EEUU podría volver a ser la gran potencia y pide ingresar al grupo de wasap de la sensatez, justo en un tiempo plagado de pandemias y bichos populistas de izquierdas y de derechas, que creen que mandando a los coñazos se gobierna mejor, aparece el señor Trump atrincherado en Twitter gritando fraude y sin mostrar las pruebas. Y miren que yo aposté no una sino varias veces para que sus bravuconadas se hicieran realidad, y que alguien se apareciera con la cabeza de Maduro en la Casa Blanca para cobrar la recompensa, y que finalmente Venezuela volviera a la senda democrática.

Pero no fue así. A lo Hugo Chávez, el pana de los cabellos naranja se dedicó al insulto y el circo; se limitó al juego de las sanciones contra enchufados chavistas, nos mareó con el cuento de Pedrito y el lobo, que un día de estos Nicolás no despertaría en Miraflores y nada. Pasó cuatro años de bronca contra el periodismo, enemistándose con Europa, exaltando la violencia racial y negando el cambio climático, dejándole el camino libre a China; y ahora le toca el relevo a un señor que promete adecentar la política. Lo escribo cuando están por cumplirse 58 años de aquel pelotazo que hirvió en mis costillas y mataron a Kennedy y sigo viendo Donald Trump todavía iracundo, sin aceptar la derrota cuando ya el juego se terminó y están por apagar las luces del estadio.

Omar Pineda, periodista venezolano, reside en Barcelona, España

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