MARIO SZICHMAN
Tratar de entender lo que anda mal en Venezuela necesitaría muchos tomos. Pero una buena síntesis puede encontrarse en el libro de José Luis Cordeiro, un ingeniero y economista egresado del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y cuya inquietud por su país lo ha llevado a revisar el libro que escribió en 1998, cuando aènas asomaba el huevo de la serpiente
Como dicen los españoles, “Quita y no pon, se acaba el montón”. El pueblo venezolano está confinado a una eterna cola tratando de adquirir productos de primera necesidad, la inflación se calcula en un 700 por ciento anual, el internet se ha convertido en la farmacia virtual de Venezuela; bebés mueren en los hospitales por falta de insumos; los animales se mueren de hambre en los zoológicos; miles de venezolanos han debido hacer peregrinajes a Colombia para conseguir comida, y más de un millón y medio están ahora tratando de hacer pie en naciones no siempre generosas.
Tratar de entender lo que anda mal en Venezuela necesitaría muchos tomos. Pero una buena síntesis puede encontrarse en el libro de José Luis Cordeiro, La segunda muerte de Bolívar… y el renacer de Venezuela. Cordeiro es un ingeniero y economista venezolano egresado del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Solo divulgar su curriculum y el título de sus libros se llevaría la mayor parte de este ensayo. Es un venezolano universal, y pese a que ha trabajado y visitado ciento treinta países en cinco continentes, su corazón sigue estando en Venezuela.
Entrevisté a Cordeiro el año pasado, durante una presentación que hizo de la segunda edición de La segunda muerte de Bolívar en el Pen Club de Manhattan. La primera edición es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia de Venezuela.
Pese a que el autor se concentra básicamente en la economía venezolana, y en la necesidad de su dolarización, se trata de un libro muy ameno. Y, al mismo tiempo, preocupante, pues rompe con muchas ilusiones, y obliga a recordar. Tal vez el pasado previo al chavismo no era tan próspero como se podría pensar. Quizás fue el huevo de la serpiente, no un anticipo de cosas mejores, sino el preludio al apocalipsis.
Y de nuevo la pregunta desde el otro lado del espectro: ¿Es realmente el chavismo un corte con el pasado y una ruptura con la Cuarta República surgida tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, o apenas su desmesurada prolongación?
Domingo Alberto Rangel, uno de los grandes intelectuales que ha dado Venezuela, señaló en cierta ocasión que los chavistas “son adecos, pero a lo bestia”. Y Domingo Alberto tenía bastante razón. Muchos de los males del chavismo no se iniciaron con la llegada de Chávez al palacio Miraflores. En realidad, Chávez llegó a la presidencia porque los venezolanos estaban bastante hartos de los gobiernos de la Cuarta República, con sus escándalos financieros, el saqueo del erario público, o el reparto del poder entre facciones políticas como Acción Democrática, el partido demócrata cristiano Copei, y la Unión Republicana Democrática, la agrupación liderada por Jóvito Villalba.
La hiperinflación que hoy asola a Venezuela acabó con los ahorros de muchos venezolanos. Los sueldos son los más bajos de América Latina, el derecho a la salud, a la educación, se han evaporado. Pero el libro de Cordeiro es devastador en sus señalamientos, porque demuestra que en el medio siglo anterior a Chávez, el despilfarro y el empobrecimiento de los venezolanos ya estaba a la orden del día, junto con la inflación, y el favoritismo hacia sectores vinculados con el gobierno de turno.
Una pequeña, y muy voraz clase media, y sectores directamente oligárquicos, prosperaban de espaldas a un país en el cual la pobreza afectaba a por lo menos un setenta por ciento de la población. Medidas progresistas, como la Reforma Agraria, eran una perfecta burla. Recuerdo un chiste que circulaba cuando llegué a Caracas, en 1967: la reforma agraria implementada por Rómulo Betancourt, era conocida como El Vaticano, porque había dado tres papas en diez años.
En cuanto al sector público, estaba indigestado con empleados que nunca ocupaban sus puestos. Uno de mis primeros trabajos fue en el canal del estado. (Creo que era el Canal 5). En ese momento, gobernaba Venezuela el adeco Raúl Leoni. Cuando los adecos fueron desplazados por el copeyano Rafael Caldera, me echaron del canal, no porque estuvieran disgustados con mi tarea, sino porque necesitaban reemplazarme con un copeyano. El día que llegó el nuevo director del canal, y una semana antes que me botaran, el salón principal se llenó de empleados que nunca antes había visto en mi vida. Eran todos los que cobraban sueldos sin trabajar.
Me imagino que casi de inmediato fueron reemplazados por copeyanos que cumplirían las mismas funciones: presentarse dos veces por mes en la taquilla de pagos, y cobrar un sueldo con el compromiso de permanecer en sus casas.
… EL RENACER DE VENEZUELA
Esta es una cita del libro La Segunda Muerte de Bolívar: “Una de las formas más visibles y graves de esa otra erosión del petróleo que está deformando y destruyendo la vida de toda Venezuela, es la inflación monetaria… Un presidente ha llegado a convertir el bolívar en una moneda que ha perdido el 40 por ciento de su poder adquisitivo”.
No es una acusación reciente de un político opositor contra el gobierno chavista. Es una denuncia formulada por el escritor Arturo Úslar Pietri en 1948, contra el gobierno de Rómulo Gallegos.
Esta es otra cita del libro: “El bolívar, que llegó a ser una de las monedas más fuertes del mundo, se encuentra hoy en una terrible condición como una moneda enormemente devaluada”. También la cita pertenece a Úslar Pietri. Es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia. Constituye, además, uno de los prólogos a la primera edición del libro de Cordeiro.
GOBIERNO Y OPOSICIÓN ¿LA CARA DE UNA MISMA MONEDA?
¿Pueden los venezolanos confiar en la oposición, dotada de una gran proclividad a meterse en callejones sin salida, y que combina el autobombo y la autoconmiseración, con la ausencia de toda autocrítica?
Tanto el ex presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, como algunos de sus integrantes, provienen de partidos de la Cuarta República. ¿Están dispuestos esos políticos a enmendar el rumbo, o, en el improbable caso de acceder algún día al poder, aprovecharán la ocasión para seguir drenando los recursos del país?
En el prólogo a la primera edición de La Segunda Muerte de Bolívar, el autor se pregunta: “¿Cómo es posible que un venezolano en 1998 tenga una remuneración equivalente al de otro en 1952? ¡Casi medio siglo de desarrollo perdido!”
Los sueldos actuales en Venezuela son muy inferiores a los de 1998. Es muy difícil que la mayoría de los venezolanos hayan estado tan pobres desde la guerra de la independencia.
Tras analizar el libro de Cordeiro, puede advertirse que la única época de bonanza real en Venezuela, con una moneda estable, aunque con muchas injusticias sociales, no se extendió más de tres décadas, entre los gobiernos de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y el primer período de Carlos Andrés Pérez (1974-1979).
En esa época Venezuela contó con una de las monedas más fuertes de América Latina, una baja tasa de inflación, y fuertes recursos obtenidos de la renta petrolera, aunque eso fue acompañado de gran despilfarro, y del saqueo del erario público.
Pero Cordeiro va más lejos. Demuestra cómo, ya en el primer gobierno patrio presidido por Francisco de Miranda, los republicanos imprimieron moneda sin respaldo, que empobreció a muchos, y permitió el florecimiento de un caudillo muy popular como José Tomás Boves, quien inició sus actividades en la capitanía general de Venezuela como simple pulpero. Un pulpero conocía, mejor que nadie, el valor de las monedas de oro y de plata, y la estafa que significaba transmutarlas por papel sin respaldo en metálico.
En ese sentido, los patriotas imitaron el mal ejemplo de los revolucionarios franceses con sus asignados, que no valían ni el papel en que estaban impresos.
Cordeiro realiza un eficaz trabajo siguiendo la pista a la moneda venezolana en su trayectoria de dos siglos. Y explica que los sucesivos gobiernos, con escasas excepciones, nunca han tenido gran respeto por el bienestar de su pueblo. Pese a que varios han asegurado que su propósito era enseñar a los venezolanos a pescar, siempre terminaron regalándole un pescado, mientras sus funcionarios se llenaban los bolsillos.
“Venezuela debe elegir entre relanzarse al mundo como un país visionario, o decidir estancarse como un país fracasado”, dice el autor. “El gran fracaso histórico de la segunda mitad del siglo veinte, y este catastrófico inicio del siglo veintiuno no deben repetirse, pero se repetirán a menos que cambiemos drásticamente de dirección”. Según Cordeiro, “Venezuela necesita nuevos líderes, nuevos sueños, nuevos horizontes”.
¿Lo conseguirá? A veces pienso que he tenido el privilegio de observar el progreso –con todas las fallas antes mencionadas– de un país que parecía romper con muchos de los tabúes de otras naciones latinoamericanas condenadas al fracaso. Y de repente, en menos de dos décadas, Venezuela ha ido a parar al fondo del barranco.
¿Cómo se ha logrado esa increíble transfiguración? ¿Por qué en ciertas épocas un pueblo muestra sus mejores galas, y en otras épocas se resigna a que lo despojen de su dignidad? ¿Por qué no se ha podido desacelerar la hecatombe? ¿Por qué la oposición se empecina en buscar, exclusivamente, callejones sin salida? ¿Por qué esa ignorancia feroz de la realidad en que viven la inmensa mayoría de sus compatiotas? ¿Quedará Venezuela como el paradigmático ejemplo del rumbo que no hay que seguir?
No existe la maldad humana como algo intrínseco, o planes secretos para arruinar un país. Pero es evidente que Venezuela ha perdido el derrotero. ¿Podrá recuperarlo en esta generación, o sus habitantes quedarán condenados a deambular en el desierto, como lo hicieron las tribus judías antes de acceder nuevamente a la tierra prometida? Los países suelen ser construidos o destruidos por sus habitantes, a menos hayan sido colonizados por otras naciones.
“La culpa de nuestros problemas” dice Cordeiro, “no es de los españoles, ni de los gringos, ni de los chinos, la culpa es realmente de los venezolanos. Dentro de nosotros siempre sabremos que la culpa es nuestra: ¡Nuestra y solo nuestra!”
Asumir la responsabilidad es el primer paso para resolver problemas. Lamentablemente, la política venezolana está dominada por el populismo. Y en el populismo, siempre, absolutamente siempre, la culpa la tiene el otro.