ALEJANDRO ARRATIA –

El título lo tomo prestado del artículo “La solución venezolana” publicado por el escritor Héctor Abad Faciolince en el periódico colombiano El Espectador. Señalo el origen para evitar especulaciones de que estoy transmutando en mago y tengo La Solución en la manga. Dice Faciolince: «Llevo más de diez años escribiendo sobre lo pernicioso que ha sido para Venezuela el régimen chavista». Los venezolanos agradecemos la solidaridad, no dudamos de su sincero interés por la suerte del país, la desazón que ha debido sentir ante el retroceso de los últimos meses. El mismo motivo nos lleva a comentar la desafortunada cátedra de moral y de política que dictó el primero de abril. El fuego amigo es pernicioso, las acusaciones del articulista merman el apoyo a la causa de la libertad. Quise exponer una discreta argumentación que paliara en algo el daño, me dirigí a El Espectador y no recibí respuesta.

Comienza el escrito con un reconocimiento a Luis Almagro: «A sus denuncias precisas como secretario general de la OEA se debe que hoy el mundo conozca mejor no solo la incompetencia, sino también las arbitrariedades y los horrores de la tiranía chavista en Venezuela. En su posición frente a Maduro ha dado muestras de valor e independencia». Estamos de acuerdo, es fundamental la denuncia en el exterior y Almagro ha sido valiente.

Cumplida la formalidad introductoria pasa a enmendar la plana al Secretario de la OEA: «se equivoca al decir que ´de una dictadura se sale por elecciones´, y el novelista da una lección con cita -no podía faltar- de Karl Popper.

A renglón seguido, la sentencia: «…un gobierno tiránico no se deja cambiar a través del voto, entonces corresponde a los ciudadanos derrocarlo por otros medios». Esperaba en mi razonamiento elemental que nos iba recomendar la lucha armada, la formación de uno de esos Frentes de Liberación que tanto hechizan y embelesan. No, la recomendación era menos extrema: «…a una tiranía así solamente la derroca la calle, el cacerolazo, la protesta pacífica, pero permanente e implacable, que no abandona la plaza hasta la caída del gobierno tiránico». Ilusión en la capacidad taumatúrgica de la calle y la cacerola.

Resulta incómodo decirle al maestro que la ira y la indignación lo enceguecieron y le hicieron olvidar los procesos de transición de la dictadura a la democracia en el mundo, en Latinoamérica y el Caribe. Como estas notas no pueden ser enciclopédicas y menos una increpación presuntuosa, lo invito respetuosamente a revisar casos emblemáticos: la transición española; u otro más cercano, la sustitución de Pinochet por un gobierno democrático. En Chile, el cambio fue el resultado de la presión de diversas fuerzas políticas, sociales, económicas y militares. La comunidad internacional jugó un papel determinante. La protesta de calle, variable en el tiempo y en su intensidad –reitero, uno entre diversos factores- contribuyó al fortalecimiento del frente opositor. Todo bien documentado.

Sigue Héctor Abad Faciolince: «Pero por desgracia en Venezuela la oposición (…) ha sido torpe, mezquina, pusilánime y, en muchos casos, lamento decirlo con esta dura palabra, cobarde». Si vemos sin prejuicio el rosario completo de adjetivos es probable encontrar alguna coincidencia, siempre y cuando sean ubicadas situaciones y personas concretas; pues en estos 18 años cantidad de dirigentes opositores fueron sustituidos. Prefiero hablar de los líderes actuales y de la incriminación moral: cobardes.

Venezuela es uno de los países más peligrosos del mundo; Caracas, la capital, donde funciona la Asamblea Nacional, ostenta record de muertes violentas. Hace tiempo desapareció el límite entre fuerzas armadas del Estado y facinerosos al servicio del régimen. Para aceptar la condición de dirigente opositor se necesita valor y estar decidido a afrontar riesgos. Un registro de agresiones a los líderes de la oposición es más que suficiente para rechazar la acusación. El enfrentamiento con las policías y la guardia nacional, las confrontaciones cuerpo a cuerpo con matones a sueldo, las heridas, los rostros sangrantes, denuncian la realidad y permanecen en los archivos de medios y observadores internacionales. Quien tenga curiosidad y la buena intención de conocer el día a día de la mayoría de los líderes puede acudir a los testimonios visuales y los registros fotográficos.

El malestar acumulado de Faciolince lo lleva a afirmar que «…los líderes de la oposición, cuando no se están peleando entre ellos por rencillas de comadres, se pasean por el mundo mendigando declaraciones en contra de Maduro». En dos frases el intelectual colombiano despacha la condición humana y el hacer de los líderes. En ese relato no existe la dirección capaz y acertada que condujo la campaña triunfadora el 6 de diciembre de 2015 y logró mayoría en la Asamblea Nacional. Nuestro escritor aprecia el apoyo de la comunidad internacional, de ello deja constancia en el elogio al Secretario de la OEA, pero ironiza los viajes al exterior de representantes democráticos y familiares de los presos.

En el 2016 se dispersaron las fuerzas opositoras, la dirección demostró limitaciones humanas y políticas que no debemos ocultar. Demostraron incapacidad para utilizar acertadamente la ventaja obtenida con la derrota electoral del gobierno y despilfarraron el capital político acumulado. Imperdonable. No existe un balance de la actuación política del pasado año; en el vacío informativo creado por la Mesa de la Unidad caben todas las opiniones.

En el presente (redacto estas notas el miércoles 19 de abril fecha de la mega manifestación en Caracas y en todo el territorio nacional), los diputados encabezan la protesta desatada el 4 de abril que ha dejado hasta el día 14: 7 asesinatos, 470 detenidos y 188 permanecen secuestrados (el gobierno reconoce 117). Se suman atropellos, torturas y 200 heridos incluyendo diversos diputados y otros reconocidos dirigentes de la oposición. Los mismos líderes exitosos del 2015, los mismos del fracaso del 2016, los mismos que arriesgan su vida en el 2017, los mismos que el escritor Héctor Abad Faciolince llama cobardes.

Continuamos leyendo. «Nunca hay que matar, pero hay situaciones en las que no hay más alternativa que sacrificarse, es decir, dejarse matar, con tal de no seguir soportando una situación totalmente indigna». Faltó la arenga ¡Patria o Muerte! Un político no escoge ser mártir, debe poseer vocación de servicio público, voluntad para conquistar el poder y realizar sus sueños. Los amigos de la causa democrática en Venezuela, antes de atribuirse el derecho a establecer la dicotomía mártires o cobardes como guía de la conducta de hombres con defectos y virtudes, entregados a la oposición legal contra la dictadura populista -cuya columna vertebral es conservar apariencias de sociedad libre y simular actos democráticos- deberían analizar las condiciones en las que se desenvuelve la lucha diaria.

En 18 años de oposición al castro-comunismo merecemos varios record Guinness por la cantidad y dimensión de las manifestaciones, la represión desatada y el valor derrochado. Los ciudadanos son llamados a “participar”; pero toda actuación pública o privada los convierte en sospechosos de conspirar contra el gobierno. Por su parte, los líderes de oposición deben trabajar abiertamente poniendo su cuerpo contra un enemigo armado, en lo que queda de un país sin leyes que los amparen, protegidos solo por la fuerza del movimiento y la vigilancia de la comunidad internacional.

A los líderes se les exige condiciones excepcionales porque han asumido voluntariamente responsabilidades por la sociedad. La valentía es una condición sine qua non para ejercer tan particular oficio. Valientes sin que prime el valor físico, aunque situaciones obligan. Sin embargo, los políticos deberán ser antes que arrechos, esencialmente estrategas, o terminarán siendo impostores. Ser políticos exige una extraña virtud que permite comprender sobre la marcha la dinámica social y actuar en consecuencia. Los éxitos y fracasos de la oposición democrática en Venezuela dependen de la capacidad política de sus líderes.

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