ELIZABETH ARAUJO
Hace cinco años, cuando llegamos aquí, nos dijeron que Barcelona es una ciudad bendecida por el sol. Ayer volvimos a comprobarlo y nos escapamos del confinamiento para subir los tres pisos del edificio, llegar a la azotea y respirar otros aires que no fueran las tristes noticias del coronavirus. De paso, fingimos hacer ejercicios. En un atisbo de tiempo que nos queda observamos la línea azul del mar mediterráneo, con la misma nostalgia de quien maneja hacia Macuto y se acuna a un lado de la carretera para sentir la brisa del oleaje como una caricia de Dios.
Volteo y miro que una doña nos saluda desde el balcón del edificio contiguo y sin rodeos pregunta “¿Vosotros sois los sudamericanos de los bajos?” Al recibir la respuesta, dice llamarse Montse, lleva 50 años en su apartamento y no se atreve a salir porque tiene 87 años. “Ese virus se ha cebado con nosotros”, se queja con humor. Luego sabemos que en ese tiempo solo tuvo dos vecinos que hace años fallecieron y a su casa entran nada más su hija y el nieto malhumorado. “Pero, ahora que me he asomado a las ocho de la noche para aplaudir a los sanitarios, me he enterado que la vecina de al lado se llama Ana y que el señor de arriba es Paco”. “Bueno, pónganos a nosotros como sus nuevos vecinos”, le digo en tono amistoso; pero Montse se defiende. “¿Para qué? con que os saludéis basta”. Para provocarle le digo “Vale!, pero que conste, desde ya somos vecinos”.
Montse sonríe y cambia de tema. Cuando bajamos Omar y yo especulamos acerca de la gente que ha vivido unos al lado de otros durante tantos años sin conocerse y que solo intercambian saludos al cruzarse en la entrada. No sin asombro, hemos descubierto también que la joven pareja de motorizados del segundo piso son de la Policía, y que la mujer que denominamos “la malagente” es la dulce escritora Rahola, y que los 32 años en su vivienda ha estado con su gata Finestra (Ventana, en castellano). Cuando todo pase, alguien escribirá lo peor de la pandemia. Yo quisiera quedarme con esos vecinos que viviendo por más de 30 años, unos frente a otros, al fin se saludaron con sus nombres