CARMEN VIRGINIA CARRILLO –
Nacida venezolana e hija de extranjeros, esta filóloga clásica que ejerció la docencia en la Universidad de Los Andes, aborda en su  poemario Mustia memoria la condición del extranjero, el cuestionamiento de las diferencias y la extrañeza respecto al entorno, a partir de la representación del viaje

 

En el siglo XX Europa vivió la terrible experiencia del fascismo y el nazismo, que condujeron a la muerte y a la ruina económica a millones de habitantes. Esta situación llevó a miles de europeos a emigrar hacia América. Los inmigrantes venían en busca de un mundo mejor, y paulatinamente se integraron a los diversos ámbitos de la vida social, económica y cultural de los países en los que se establecieron, constituyendo un aporte fundamental al proceso de transculturización en América Latina.

El nuevo entorno social, con sus sistemas de convenciones, proporciona al extranjero un universo de signos cuya incorporación contribuye a la reconstrucción de la identidad en función del contexto. No obstante, este proceso de integración en oportunidades es traumático y el inmigrante se mantiene ligado emocionalmente al pasado idílico del país de origen, que contrapone al presente conflictivo en el país de acogida. En la literatura venezolana de la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo  XXI, la condición de extranjería y el bilingüismo se constituye en una línea temática que se reitera en la poesía escrita por mujeres. En el marco de ese espacio textual se reflexiona sobre la separación, el extrañamiento, el viaje, el desarraigo, la memoria, la infancia y la ajenidad.

Laura Cracco, Heberto Gamero, Miguel Marcotrijiano y Juan Carlos Chirinos.

Laura Cracco (1959) venezolana de nacimiento, hija de extranjeros, es licenciada en Filología Clásica. Ejerció la docencia en la Universidad de Los Andes, Venezuela. Su poemario Mustia memoria (1983) gira en torno a  la condición del extranjero, el cuestionamiento de las diferencias y la extrañeza respecto al entorno, a partir de la representación del viaje. El libro está conformado por 19 poemas, en lo que se aprecia el diálogo intertextual con la cultura griega. En los textos, la reflexión sobre el tiempo se entrelaza con el cuestionamiento sobre la posibilidad de preservar, en la memoria de los otros, las huellas de nuestra existencia. Ciudades, imperios, hombres, todos están inexorablemente condenados a su destino y nada puede detener el «largo éxodo hacia la muerte”.

La ilusión de que el tiempo transcurre hacia adelante es confrontada con la noción de  tiempo circular: “La historia mordiéndose la cola”, el eterno repetirse de experiencias que no son más que nuevas versiones del pasado. “Ícaro se engañaba cuando creyó que realmente el tiempo transcurría”. De ahí que el yo lírico pregunte “¿Puede el río generar nuevas aguas diferentes a las transcurridas/ o es apenas un disco roto que gira sin parar…?

La vida es entendida como un viaje hacia el destino final, que es la muerte; y en el trayecto, pérdidas, búsquedas, encuentros van acumulando memorias, mustias memorias, como apunta el título del libro, que tratan de preservar del olvido la verdad de otros tiempos, el pasado mítico de los dioses antiguos:

Nosotros apenas balbuceamos la verdad de otro tiempo… Hablamos de la verdad de otro tiempo, la única, decimos y hablamos del tiempo aquel en que los dioses no habían entrado en disputa… Tiempos idos de armónicas palabras, de lunas invioladas Tiempos idos en que la justicia ejercía hegemonía en los hombres.

O como sueño de infinitas posibilidades, aunque al final siempre esté aguardando el inexorable destino: A qué construir hermosos templos apisonar la tierra con sangre de toros erigir túmulos macizos urnas de oro cuidadosamente labradas si existe un mar peor que lava eternamente lejano… si el tiempo pasa sobre mí y no se empoza si al final cuando cerramos los ojos solo quedan, una isla en el cerebro, sus aguas peor que lava mordiendo las ciudades.

A pesar de que los emigrantes intentan conservar su pasado a través de la memoria, el presente va borrando las huellas, de ahí que su identidad pase a ser un devenir, y su condición un modo de estar en el mundo. En los poemas “Éxodo” y “Extranjera” se sintetiza la problemática que nos atañe. Si bien a lo largo de todo el libro se lleva a cabo un diálogo intertextual con el mundo clásico grecolatino, a través de la presencia de personajes que se caracterizan por su condición de extranjeros y de viajeros, entre ellos Edipo, Circe y Odiseo, es en estos dos textos donde encontramos una referencia puntual al concepto griego del extranjero como ese “otro” que se presenta en oposición al “nosotros”. Los ciudadanos, aquellos que comparten un mismo idioma y un espacio, que tienen los mismos derechos y toman las decisiones de la polis, se contraponen a los que vienen de fuera, los que balbucean, porque no hablan la lengua.

Según Derrida, esos “otros” podían ser considerados “xénos”, sujetos con derechos a los que se les brindaba la hospitalidad; o “héteros” aquellos que portaban la otredad más radical representada en el bárbaro, el esclavo, el enemigo. El concepto del extranjero que pareciera perfilarse en los textos poéticos de Laura Cracco está más cerca del “hétero”: “extranjeros los hombres que nunca podrán ser más que bagazos de una caña rota”.

En los poemas mencionados, la extranjería es percibida como condición irrenunciable. El extranjero vive en una perenne y fallida búsqueda de una patria que pueda considerar como suya. Sin embargo, no logra la conciliación en un mundo que le es ajeno, y vive en la incertidumbre de no reconocerse en los espacios, en la lengua, en las costumbre y en las cosas. Porque no hay lugar para el regreso: no volveré a ver mi ciudad teñida de siena en las tardes  … “Extranjero serás hasta el fin de tus días y aún después de ellos. Extranjero serás porque has nacido. Esa es tu condición nunca patria alguna será tuya ni encontrarás puesto para ti bajo estos cielos. Vete y no descanses de buscar lo que nunca hallarás.”

El largo poema “Extranjera” está escrito en un discurso poético de corte narrativo. Un yo poético relata el periplo de la extranjera en su viaje hacia el destierro. En oportunidades, la mujer toma la palabra para replicar, mostrando el desconsuelo que le causa su condición:
“La vida pasó a mi lado y me llamó extranjera en el sol, en las estrellas, en los ríos en tu propia tierra extranjera serás en la arcilla que te modeló extranjeros serán tus dioses que llevas como un saco vacío a tu espalda extranjera la muerte que no encontrará en ti más que un adelanto de sí: huesos en vez de carne nada en vez de alma”.

Laura Gracco
Laura Gracco

El desarraigo y el extrañamiento son la consecuencia de la pérdida de la relación con lo permanente y lo estable. A su vez, el mar, símbolo de la dinámica de la vida; lugar de nacimientos, transformaciones y renacimientos, aparece en algunos de los poemas como espejo y espejismo. Espacio del viaje, de la profunda soledad del viajero, pero, también, esperanza de un futuro mejor, puerta a la vida:

Surca ese mar porque mañana solo habrá veneno peces muertos en la orilla y las ciudades donde alguna vez estuvimos creyendo haber encontrado templos eternos pronto no serán sino ruinas piedras amontonadas en el recuerdo. Antes de partir, sus murallas nos parecían más duras que el tiempo

Al compararse con el mar: “ser como el mar que sin dejar de ser él mismo es siempre otro”, el yo lírico  del poema “Ícaro”, elabora una metáfora del ser del extranjero no solo en cuanto a la posibilidad de mutar sin perder la esencia, sino también en tanto a la esencia de un ser cuya  existencia está plagada de ambivalencias, incertidumbres y transformaciones.

El emigrante vive en el afuera y su condición es el tránsito. Si bien anhela regresar, en el fondo reconoce la imposibilidad del deseo, pues el lugar del origen ya no es el mismo:
Éxodo
Porque tu vida es un largo caminar un eterno periplo que no conoce cansancios ni nostalgias me has dicho que debes continuar adelante hay rutas insinuantes ciudades grandes como mundos

En el poemario Mustia memoria de Laura Cracco, el extranjero está representado en su condición de viajero cuya eterna travesía está hecha de intervalos, interrupciones y pérdidas, de memorias y olvidos, pero sobre todo de una profunda nostalgia por lo que ya nunca más ha de ser igual. En su obra encontramos el desarrollo de una poética del estremecimiento y la interiorización del yo a partir de la vinculación con los orígenes. Y la herencia extranjera se plasma en el discurso poético para dar cuenta de la relación del ser consigo mismo y con el otro.


 

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