TEXTO Y FOTOS: TOÑA BETHENCOURT –
Por culpa de su apellido, a Margarita Troyano se le viralizó la vida. Le pasó, eso sí, después de haber emigrado de su Caracas natal para instalarse con su familia en España, a punta de buscar arraigo en estas tierras. Fue entonces cuando desentrañó la apasionante historia de su bisabuelo periodista que la sumergió durante ocho años en la prensa española de fines del siglo XIX. Y acaba de publicarla en un libro.
La encuentras menuda y sonriente en su casa de Málaga, en el sur de España. Ha nadado, como suele hacerlo a diario durante el verano, y aunque sabe con antelación que esto es una entrevista, te recibe como si de una amiga se tratara. Margarita Troyano es caraqueña y sus 14 años fuera de Venezuela no le hacen mella en su carácter. Pero está arraigada. “Aunque no ha sido fácil”, admite, “el libro terminó de enraizarme”.
“El libro” es la historia de Manuel Troyano (1843-1914), su bisabuelo paterno, un periodista nacido en Ronda, la población malagueña que años más tarde cautivaría a figuras como Ernest Hemingway y Orson Welles, cuyas cenizas reposan en las inmediaciones del cortijo perteneciente hoy a los herederos del torero Antonio Ordóñez y de su yerno Francisco Rivera, Paquirri. Aunque, en verdad, la historia periodística de Manuel Troyano que interesaba a Margarita solo tenía en Ronda referencias tangenciales –su historia personal, estuvo sin embargo, asociada siempre a esa localidad de la Sierra malagueña– y habría de conducirla a Madrid, ciudad a la que su bisabuelo emigró muy joven a estudiar y donde, definitivamente, habría de convertirse en uno de los periodistas más relevantes durante los convulsos años de la época de la Restauración de la monarquía borbónica en España (1874-1931).
DOS PAROS EN SU VIDA
Graduada en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, Margarita y su marido llevaban la típica vida de las parejas profesionales de la clase media caraqueña: trabajo, casa propia e hijos. Hasta que llegó el paro petrolero de 2002 y les trastocó la historia: “Mi esposo es ingeniero y tenía una empresa de servicios para la industria petrolera, por lo que, cuando atravesamos por aquello, nos dimos cuenta de que sería muy difícil seguir. Difícil para todo. Para nosotros y para nuestros hijos. Así que teníamos la nacionalidad española y tomamos la decisión que nos pareció más sensata. Al final, lo hicimos por nuestros hijos, que estaban en la edad ideal para incorporarse a otra sociedad y otro mundo”.
La familia tenía cuatro hijos y, en aras de su crianza, Margarita había abandonado su profesión como investigadora en instituciones culturales para desempeñar labores administrativas en la firma de su esposo, que complementaba dando clases de español para extranjeros entre empleados de las petroleras que operaban en Venezuela. Pero hasta ese momento, había trabajado como investigadora en el Centro de Estudios Rómulo Gallegos y en la Fundación La Casa de Bello, donde participó en la reedición de las Obras Completas de Andrés Bello y estuvo a cargo de la edición de las de Fernando Paz Castillo y Cecilio Acosta, entre otros autores: “Esa experiencia me fue muy útil para adentrarme en la investigación sobre la vida de mi bisabuelo, que demandaba habilidades y enfoques de investigación muy exigentes”, asegura.
No en vano le tomó ocho años de ardua investigación culminar el proyecto que comenzó a concebir casi como un acercamiento a sus ancestros familiares, y que se materializó este año en un libro de 334 páginas, bajo el título de “Crónica de un periodista: La palabra de Manuel Troyano (1843-1914)”, que le ha editado la Diputación de Málaga. Es, también lo admite entre risas, producto de un segundo paro laboral en su vida, el del retorno: “Cuando llegué retornada, llevé mi currículo a cuanta academia de lengua e idiomas había en Málaga y nada. Ya sabes, bordeando los 50 es difícil que te contraten”. Afortunadamente para esta historia.
EL CONTAGIO TROYANO
“Oye, después de los primeros años en España, después de instalarme, de encauzar la vida de mis hijos, de apoyar el emprendimiento de mi esposo y de buscar inútilmente trabajo, yo sentía un vacío intelectual muy grande”, recuerda ahora cuando le preguntas cómo se le ocurrió investigar la huella de su bisabuelo.
Así que un día se reunió con una prima que atesoraba correspondencia, notas y archivos de Manuel Troyano y descubrió maravillas: “Allí había cartas de líderes de la política española y personajes de gran relevancia en aquella época. Emilio Castelar, el conde de Romanones, Antonio Maura… Y yo me dije: ‘Aquí hay una historia que investigar’”. Su bisabuelo, liberal toda la vida, pero que había sido periodista por encima de todo, escribió, fue jefe o dirigió algunos de los periódicos que marcaron la agenda política y económica de la España de finales del siglo XIX: El Globo, El Imparcial, España (el único del que fue dueño) y el naciente diario madrileño ABC.
–Pero, después de organizar todo aquel material y de revisarlo, me di cuenta de que tenía que estudiar a fondo la historia de España. Yo no podía entender la obra periodística de Manuel Troyano y de su influencia, sin conocer a fondo lo que estaba ocurriendo en aquel país de convulsos cambios. Las bibliotecas de Málaga y Madrid se convirtieron en el centro de mis actividades.
–¿Te sirvió de algo tu experiencia previa en La Casa de Bello?
–Muchísimo, sobre todo la edición de las Obras Completas de Cecilio Acosta, que había sido periodista y del que me había tocado también hurgar en periódicos antiquísimos para recabar sus escritos que no habían sido compilados para entonces. Solo que aquí en la Biblioteca Nacional de España, todo está digitalizado y puedes, incluso, consultarlo desde afuera. Allí, en nuestra Hemeroteca Nacional venezolana, tenías que sacudirle el polvo a los libros… pero, oye, que también tiene su encanto.
–¿Las mayores dificultades que encontraste como investigadora en tierra extraña?
–La primera fue el acceso a la prensa del siglo XIX y es que en la Biblioteca Nacional, en Madrid, solo tienes acceso libre hasta 1930. Antes de esa fecha se les da acceso a los investigadores autorizados. Yo era investigadora a título personal, sin una institución que me avalara. Pero, no lo vas a creer, aquí facilitan tanto el trabajo de investigación, que expliqué mi caso y me pidieron una carta para considerarlo. Y me aceptaron. La otra dificultad fue conseguir editor para el libro, pero eso es común a todos los autores.
Lo que no es común es el portafolio de elogios a su trabajo prolijo y singular. Al prologar su libro, el historiador Octavio Ruiz-Manjón, profesor emérito de la Universidad Complutense, resume con estas palabras el resultado de la investigación de Magarita Troyano: “La vida de un periodista de raza que ha tenido la fortuna de encontrar a una biógrafa de nervio, a la que la pasión familiar nunca le ha nublado la vista ni la capacidad crítica. ¿Se puede pedir más?”