ATANASIO ALEGRE –
He sido y sigo siendo un outsider tanto en relación a la política española como a eso que podía definirse como el ser así del español. Ello se debe a haber hecho mi vida laboral fuera de España. Cuando alguien enseña, escribe y funciona dentro de la sociedad de acogida con alguna figuración, una de las cosas que debe aprender, antes de que sea tarde, es saber de qué no puede ni debe hablar. Es el arte de callar que tan bien se ajusta a aquello de Wittgenstein, los límites de tu mundo son los de tu lenguaje. Por otra parte, hubo algo que me puso en guardia cuando oí decir a un profesor francés en una coloquio que “eso va ocurrir cuando los españoles aprendan a escuchar”, en referencia a la poca posibilidad de que algo sucediera.
¿Sabe el español con figuración pública manejar el silencio? Si lo sabe, lo disimula, de manera especial si se tiene en cuenta lo que ha venido sucediendo en la política española estas últimas semanas. Por una parte, los de Podemos y dentro del grupo, dos de ellos, convirtieron lo que llamaron un Congreso del Partido (¡partido, partido!) en un sainete comunicacional. Es parte de lo que aprendieron en sus sustanciosas estancias en Caracas donde tan bien les fue en los tiempos en los que Chávez llevaba un micrófono colgando permanentemente del cuello como arma de combate, complementaria de la pistola, al cinto. De lo que quieren hacer de España los de Podemos, en caso de que los españoles lleguen a entregarles el poder, está bastante claro: tratarán de que España sea algo diferente a lo que es, sin arriesgarse a decir qué. ¿Tal vez la España del Frente Popular, como supone Luis María Ansón?
Por otra parte, y desde el Congreso del Partido Popular para el que no hizo falta tanta alharaca para decir que estaban allí, una sola voz, la de Mariano Rajoy, fue la que más se oyó, sin excesos. Fue la voz de alguien que expresó claramente qué es lo que está haciendo y qué es lo que quiere de España: que se mantenga unida y que sea estable. Para que esto sea así, es necesario que crezca económicamente y todo ello en consonancia con lo que recomiendan hoy los alemanes frente al escapismo: dieta de noticias (Nachrichtendiät).
Por las razones que apunté al comienzo, no sigo en su día a día la política española, pero sé como lo sabe todo el mundo que Mariano Rajoy estuvo nueve años (¡nueve!) en la oposición, que perdió dos veces las elecciones y que la mayoría de los miércoles durante esos nueve años en los que quien estaba al frente del gobierno español tenía que dar cuenta en el Congreso de su actuación, tanto la oratoria de Rajoy (si se trataba de un discurso formal) o de la dialéctica en las distancia cortas frente a algunas de las justificaciones del gobierno de turno, nos hizo pensar, al margen de lo que sucedía en el país, en la oratoria de los tiempos en los que en referencia a Ortega y Gasset alguien pedía silencio porque era el turno de las masas cerebrales.
Pues bien, esa aventura porque otra cosa no es, la de haber esperado nueve años, haber consolidado al Partido Popular y haberse convertido en un clamor del votante español para que le redimiera de las incongruencias zapateriles, ganando por mayoría absoluta las elecciones cuando volvieron a arrojarse los dados sobre la mesa, apuntan a una sola razón: a que Mariano Rajoy es un hombre de constancia. Ahora que, por las razones también conocidas, no dispone de mayoría absoluta, ni pierde la paciencia, ni se deja atropellar.
Dentro de ese estilo en auge, alguien con figuración pública que escribe y habla tan deprisa que a uno no le da tiempo a asimilar las razones de lo que dice, por aquello que ya Alvin Toffler había señalado en la década de los sesenta, la information overload, escribió que Rajoy no era otra cosa que la nada. Lo hizo al pairo de alguna de las ideas sartreanas de El Ser y la nada con el fin de sustentar la tesis del inmovilismo de Rajoy. Cierto es que al día siguiente amaneció lluvioso, pero lo mismo podía haber lucido un sol espléndido y las palabras del célebre periodista que tan bien escribe –aunque le falle un poco el oído para esa musicalidad que tienen Raúl del Pozo o Ansón, por ejemplo- pasarían a formar parte, como tantas otras, de esa fatiga comunicacional que nos agobia. Donald Trump llegó donde ha llegado por ese cansancio comunicacional, news fatigue, de quienes también han leído o conocieron, como en mi caso, a Jean-Paul Sartre.
Mariano Rajoy es un hombre asentado y sustentado por la constancia. Se ha dicho de él que lo único que lee es el diario deportivo Marca. Pero no creo que en el Marca sea donde ha encontrado las referencias a lo que constituye la personalidad de base de lo que es el español. Lo que ha leído y con provecho –su memoria es, realmente asombrosa, tanto en cuanto a cifras como a sucesos y a citas de autores- es a la picaresca española. Aquello de El Buscón de que metía el dos de bastos para sacar el dos de oros, tal vez lo vino a comprobar, no tanto por quienes le han rodeado durante los años de su mandato (que también), sino por algunos que en lugar de deberse al Partido Popular, han ejercido de buscones en esa formación en épocas pasadas.
No conozco a fondo la biografía y menos en plan de ofrecer al lector eso que se conoce en periodismo como un tubazo. No lo he visto ni siquiera de cerca, pero la impresión de un outsider como yo, es la de quien mucho más allá de la necesidad de aflorar las contradicciones que mueven otras plumas, a mí me parece que la constancia en un ser con una cabeza tan bien amueblada como la de Rajoy es una garantía para que España siga adelante y que sea justamente la constancia de Mariano Rajoy lo que haga perder la paciencia tan fácilmente a quienes, dominados por la ambición, carecen de ella. De la constancia, digo.
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