CARLETH MORALES –
La mañana en que la profesora de mi hija de seis años me llamó, en plena curva ascendente del Covid19 en Madrid, me alegré un montón. Detrás de esos emails con enrevesadas fichas de matemáticas, múltiples ejercicios de lengua, claves indescifrables de Moodles y Teams, horarios ilusorios, libros enteros en PDF para ¿imprimir?, enlaces imposibles y tareas que debí “extraviar” ya a esas alturas del confinamiento, resulta que había una dulce y apacible voz que se interesaba por mi criatura y me preguntaba por ella y su… ¿rendimiento? Para luego decirme: “¿Me puedes pasar a la niña?”.
“No. Está durmiendo”, le respondí cariñosamente a una maestra pasmada, con la paz espiritual que he ido entrenado a fuerza de encierro. “Tiene 6 años”, agregué, sin intención de justificar por qué seguía durmiendo a las 9 de la mañana, sino más bien de explicar que si algo no iba con mi filosofía de vida era agregarle a una cría tan pequeña más estrés del que ya tenía después de una quincena sin salir al parque.
Comencé entonces una nueva etapa (porque en España esto ha ido por etapas de 15 en 15) de reforzamiento filosófico, pero con contenido utilitario. Algunas fichas hemos hecho, por supuesto (no soy tan irresponsable), pero siempre tuve claro que nuestra temporaria rutina no iba a girar en torno a ellas. Las introduciría a lo largo del día sin obligarla, como un juego más. ¿No fue eso lo que me recomendaron en el colegio cuando aprendía a leer?
Al juego le llamamos “autonomía”. En una semana, la niña ya había aprendido a hacer su desayuno, arroz, filetes de pollo empanados, albóndigas y macarrones con tomate y queso, con la consabida supervisión del adulto, por supuesto. También aprendió que si quedaba pasta, al día siguiente podía hacer un pastel, que igualmente experimentó. En mi casa le llamaban economía familiar.
De tanto hacer bizcochos, sabe que medio kilo son 500 gramos y que un cuarto son 250, que multiplicado por 4 es un kilo, justo lo que necesita para mezclar en similar proporción con mantequilla, azúcar y 12 huevos para hacer uno grande, y que si lo quiere más pequeño, tiene que dividir todo eso entre dos. En mi pueblo le dicen MATEMÁTICAS, con llevadas incluso si le añades vainilla a la ecuación, por no decir SCIENCE.
Cada noche, mi hija le lee cuentos a su hermana mayor por videoconferencia vía WhatsApp. LENGUA en estado puro, Día del Libro incluido. Por cierto, las fotos que compone con dicha APP son cada vez más creativas. Nivel experto en ART e INFORMÁTICA, a juzgar por la habilidad que ha adquirido para utilizar Netflix, Prime, Play Store y otras aplicaciones en cuanto dispositivo electrónico encuentra, por las que muchas veces soy yo quien tiene que preguntarle cómo se usan.
Su mascota es la más afortunada del planeta. La niña ya se ha leído todo lo relacionado con las cobayas de pelo largo. Cómo nacen, crecen, se reproducen y mueren (esto último sin experimentarlo aún, por fortuna), cuidados, alimentación, ciclo del sueño y hasta entrenamiento (cosa que debo reconocer, aún no ha logrado). Eso es NATURALES y gestión de afectos, que hoy en día deberían ir anejos en los programas educativos, para formar personas más empáticas con los seres vivos. Hablando de empatía, en un reto en el que participó junto a sus compañeros, se empeñó en que faltaba uno, y los padres tuvimos que hacer malabares para dar con los del niño, e incluirlo.
“¿Hoy qué voy a aprender para ser más autónoma?”, me preguntó el otro día. “Vamos bien”, me dije. Después de hacer, durante semanas, sesiones de lavado de ropa blanca y de color, tejido de cadenetas, cosido de bajos de uniforme y hasta decorado de galletas de mantequilla hechas por ella (según sus palabras “ha sido lo mejor”), no me cabe duda de que con 6 años ha aprendido mucho más de lo que cualquier Moodle le habría enseñado.
Si a la vuelta alguno de sus profesores me pregunta que por qué no cumplí con la programación académica asignada, ya le tengo la respuesta: “Tiene 6 años y le he estado enseñando a resolver problemas, mientras yo también he estado intentando resolver los míos, que ahora en paro y con una empresa familiar obligada a cesar su actividad, no han sido pocos. Al fin y al cabo, para eso vamos al colegio, para aprender a resolver los problemas de la vida”.
Carleth Morales es periodista venezolana. Reside en Madrid, España.