VÍCTOR SUÁREZ –
Cinco amantes, tres hijos, un chalet con piscina y 40 custodios, tres diputaciones, una vicepresidencia, una pesada mochila de acusaciones nacionales e internacionales y un proyecto tan fallido como destructor, ha dejado Pablo iglesias a su paso fugaz por la política española. Las elecciones del 4 mayo en Madrid le han clavado tres cruces en el monte del olvido, y así lo ha aceptado.
En la medida en que los escrutinios reflejaban sin dudas la victoria del Partido Popular (PP) en los comicios sobrevenidos de la Comunidad de Madrid, los candidatos comenzaron a salir de sus búnkeres. Isabel Díaz Ayuso, la candidata del PP, portando una pulserita tricolor en honor a la resistencia venezolana, se prodigaba en explicar sus conceptos de libertad (“tomarme una caña, decirle no a mi ex…”). Ángel Gabilondo, pararrayos de la derrota estruendosa del Partido Socialista, ni se molesta en sonreír. Mónica García, abanderada de Más Madrid, sucedáneo de Podemos, se abre como promisoria alternativa de la izquierda. Abascal, el presidente del ultraderechista Vox, proclama que nuevamente ha sido derrotado el Frente Popular (añoranza de la preguerra civil). Edmundo Bal, sobreviviente de Ciudadanos, declara que su desaparecido partido sigue vivo.
A las 11:25 pm, hora española, apareció Pablo Iglesias, el último en comparecer ante las cámaras, el último entre los partidos con representación en el nuevo parlamento regional, el último de los mohicanos en insinuar un “por ahora”, pero en mala hora.
-Dejo la política, dejo todos mis cargos, dijo.
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Esa espantá Iglesias la tenía pensada meses atrás. El alud que desató no tenía intenciones de parar. Hasta que se encontró ante una situación sin salida. En el gobierno de Pedro Sánchez se había convertido en un palo en la rueda. No le dejaba avanzar (los votos de Podemos en el Congreso de los Diputados habían resultado determinantes para que el Psoe lograra proclamar a Sánchez como presidente del gobierno español). Obstaculizaba los proyectos. Presentaba soluciones paralelas a las del gobierno central. Apoyaba a los independistas catalanes. En política internacional obligó al gobierno a rebajar (aplanar, diluir) sus posiciones ante situaciones como, por ejemplo, Venezuela, con gran incidencia en la Unión Europea. Iglesias se había convertido en un problema para la gobernabilidad de España, para la coherencia del gobierno, para la convivencia. En su calidad de vicepresidente segundo quiso convertirse en un presidente paralelo, y ello resultó intolerable para el Psoe, aunque Sánchez lo quisiera disimular.
Entonces Iglesias dio un paso atrás, comprendió que el aluvión desatado estaba llegando a sus propios talones, y amenazaba con arrollarlo en cuestión de semanas. Pero lo disfrazó de sacrificio personal. Renunció a su cargo en el gabinete de Sánchez. Una falsedad argumental (“el fascismo quiere apoderarse de Madrid y luego de España”), le sirvió para lanzarse como abanderado de Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid. De antemano sabía que su chance era ínfimo. En las elecciones de 2019 había perdido millones de votantes en el país, en Madrid había sido arrollado por Íñigo Errejón (Más Madrid), en las encuestas disputaba con su contraparte Vox las últimas posiciones.
Pablo Iglesias, que en 2015 resultó un revulsivo en la política española, seis años después se le percibía como el personaje peor valorado. Podemos se resquebrajaba, al tiempo que perdía presencia orgánica y combatividad militante. Dirigentes andaluces, gallegos y catalanes le abandonaron, decenas de juicios por corrupción le asaltaban en todas las comarcas, dirigentes connotados eran llevados a los tribunales, relaciones infectas con gobiernos despóticos en Venezuela, Bolivia y Ecuador todavía cursan en los tribunales. Iglesias observaba que mientras su peculio se incrementaba a toda prisa, su prestigio político rodaba en el fango por su propia mesmedad.
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Estas elecciones de Madrid, desde su origen, tenían intención plebiscitaria, no contra Iglesias sino contra Pedro Sánchez, presidente de gobierno. El Partido Popular quería llevar la disputa en Madrid a una escala superior. La pandemia, el desempleo, la debacle económica, era simple escenografía. Lo importante era llevar a Sánchez (y al Psoe) al límite de la defensiva. En España y en la Comunidad Europea. Y derrotarlo en Madrid significaba que en los dos años por venir sería posible derrotarlo en todo el reino. Pero la realidad resultó otra. Fue derrotado el Psoe (que dejó de ser la referencia socialista en Madrid en sus 140 años de historia). Desapareció el partido Ciudadanos como alternativa de “centro”. Contuvo a Vox como fuerza que se sostenía en la remembranza guerracivilista. Y, como bagazo, lanzó al estercolero a Pablo Iglesias, quizá con su beneplácito. Esta fue una jugada inesperada que en el billar ocurre en una de cada quince tacadas.
Al comienzo de la campaña electoral el gobierno central intervino descaradamente en las estrategias de Gabilondo, candidato del Psoe. El principal partido de izquierdas había ganado las elecciones en Madrid en 2019, precisamente con Gabilondo al frente, pero la conjunción de fuerzas de centro-derecha-ultraderecha le impidieron gobernar. Y de allí resultó Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad. Es una niña decente, pero, dicen, le falta un hervor.
El PP no apuntó a Podemos en la campaña, sí lo hizo Vox. Se pelearon, se enfrentaron, se cayeron a coñazos, extremo contra extremo. Un mitin de Vox en Vallecas fue saboteado por Podemos, en el que resultaron varios heridos, muchos de ellos funcionarios policiales. Los tribunales determinaron que dos escoltas de Pablo Iglesias, empleados de Podemos, habían dirigido el altercado.
Y los resultados fueron esos.
-Sánchez, sin Iglesias (en lo personal) como socio de gobierno.
-El Psoe desdibujado como referente de izquierdas.
-Más Madrid como fuerza emergente.
-Vox con techo previsible, al igual que Podemos.
-Ausencia de fuerza bisagra, en el centro.
-Podemos en desbandada.
-PP arrollador, con Pablo Casado (presidente del partido) en situación menoscaba, con nuevos dirigentes (Díaz Ayuso, en la Comunidad de Madrid; Martínez Almeida en el ayuntamiento de Madrid, y Cayetana Álvarez de Toledo en las barras pidiendo paso).
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La pulserita tricolor de Díaz Ayuso, la mención solidaria en su discurso victorioso, la bandera venezolana ondeando en medio de la celebración en la calle Génova, hicieron que los exiliados venezolanos la noche del 4 de mayo se levantaran de sus sofás en gesto de aquí estamos.
-Esfaratamos a Pablo Iglesias, me dijo un amigo a las 11:30 pm, parafraseando a Aristóbulo Istúriz.
Es así. Pero no fuimos nosotros, que apenas contamos 12 mil con capacidad de votar. Fue Madrid, la cuna del requiebro y el chotis (póngale usted acento en la í).