VÍCTOR SUÁREZ –
Existen expresiones que son inadmisibles para ciertos dictadores, que hieren mucho más adentro que una puñalada en el esternón.
Cuando en los juegos de pelota se oye a todo el estadio gritar Madurocoñoetumadre, con toda naturalidad, una vez, diez veces, todas las veces que el gañote lo permita, y que ello se escuche por televisión, por radio y por los streaming de Internet, ello quiere decir que los pulmones del venezolano todavía tienen fuelle.
Es un insulto que provoca reacciones. Sería rechazado con fuerza si el destinatario tuviera más poder del que presume. Y este lo tiene. Para eso crearon la Ley del Odio, para perseguir a los narradores, a los poetas, a los periodistas, a los tuiteros…
Pero no es lo mismo cuando a alguien, en Cuba, le aplican la cualidad de singao. Y peor si se generaliza, si lo dicen en las calles, en las bodeguitas del medio, en las colas del pan, en los estadios, en los chats. Y que para colmo se cuele en la televisión oficial.
Cuando el singao aludido es el presidente del país, jefe del Consejo de Estado, primer secretario del partido gobernante, el sucesor de la dinastía Castro, ya la cosa cambia.
¿Qué es un singao? La primera noción en Cuba refiere a la acción de singar, acto sexual normal y corriente entre personas de cualquier género. Sin embargo, laminan a la mujer que singa que jode, alaban al hombre que singa bastante. Singadera y singazón son promiscuidades colectivas.
Con los años y las generaciones, la acepción de singao en Cuba ha cambiado su sentido original. Ahora, además de si te dejas, ser singao quiere decir que eres mala persona, insensible, despreocupado e incapaz. Como tal, sigue siendo una mala palabra, que no se dice en público, ni se escribe, sino que se guarda para las marujas del barrio en baja voz.
ESCENARIO EN FLORIDA
En la inauguración de los juegos preolímpicos de beisbol (Torneo de las Américas) que se desarrollaron en Florida, EEUU, la semana pasada, la palabra singao, aplicada al presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel, apareció en la tribuna central del encuentro entre las selecciones de Cuba y Venezuela. Y esa imagen permaneció durante todo el juego, el cual se estaba transmitiendo en 70 países a partir de la señal matriz de la Confederación de Beisbol (WBSC).
El canal oficial Telerebelde distribuía la señal en Cuba, con sintonía total.
Los operadores locales hicieron todo lo posible para que las imágenes que desplegaban las tomas de las tribunas no se vieran en la isla. Durante tres innings solo usaron la cámara que estaba dirigida al pitcher, lo cual impedía seguir la lógica del juego. Atenuaron el audio para que no se oyeran las consignas persistentes que replicaban el coro de la canción insignia “Patria y Vida”, la que catapultó al Movimiento San Isidro. Prefirieron que el jonrón de su pelotero Erisbel Arruebarrena no fuera disfrutado por la afición cubana.
Pero no pudieron: inmediatamente, los atónitos televidentes comenzaron a preguntarse si lo que estaban viendo en televisión era verdad. Sí, es verdad: eso es lo que está sucediendo. Y no lo creyeron hasta que en Internet subieron los videos de lo que estaba pasando dentro y fuera el estadio de West Palm Beach.
En la víspera se había realizado una reunión virtual de presidentes de Televisoras y Medios Públicos de las naciones que integran el ALBA. En nombre de Cuba, Waldo Ramírez de la Ribera, vicepresidente primero del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), presentó una propuesta para lograr la interconexión operativa permanente entre televisoras, radios, plataformas multimedia, agencias de noticias y prensa escrita, que facilitaría la coordinación de líneas editoriales conjuntas en temas de interés. La mecha estaba encendida y no lograban apagarla.
VERSIÓN EN REPLAY
El descalabro cubano en ese torneo destapó tremendo alboroto político, dentro y fuera de la isla.
En la fecha inaugural, jugando contra Venezuela, en el cuarto inning, aparecieron dos pancartas en la tribuna central. Una decía «Patria y Vida» y la segunda decía «Díaz Canel, SINGAO».
Al terreno de juego se lanzó una muchacha de padres cubanos con una pancarta que decía «Free Cuba».
Las tribunas se las disputaban venezolanos y cubanos, cada quien con sus banderas.
La televisión cubana estaba transmitiendo en vivo la señal de la matriz de la confederación de beisbol, WBSC, en cuyo comité ejecutivo se encuentra Antonio Castro, hijo de Fidel. No pudieron evitar que los televidentes cubanos vieran lo que estaba pasando.
A diferencia de otras ocasiones en que opositores cubanos se lanzaban al terreno y los mismos jugadores les desalojaban a golpes, esta vez los peloteros se quedaron quietecitos. Ha cambiado bastante el apego ciego al manual de comportamiento.
La reacción interna, en un país hoy caldeado como nunca en los últimos treinta años, fue inmediata. En redes sociales la movilización fue intensa. El aparato comunicacional oficial no pudo amordazar las redes. Ya estaban tocados porque el segunda base titular (César Prieto) se había marchado del equipo no más llegar a EEUU.
En las afueras del estadio mucha gente protestaba porque no lograba entrar. La boletería permitida para un juego bajo medidas de bioseguridad se había completado. Se retrataban los ávidos de figuración, entre ellos el antiguo asistente de Juan Guaidó, Roberto Marrero, exiliado en Miami. Los organizadores de la protesta engullían hot dogs a más no poder o transmitían en directo por Facebook y Youtube lo que ocurría.
Venezuela ganó ese partido. Primera vez en casi siete décadas (68 años) de beisbol confederado. En la XIV Serie Mundial de Beisbol Amateur (Estadio Universitario de Caracas, 19 de septiembre de1953), con Luis Aparicio en el campocorto y el galgo negro Darío Rubinstein en el jardín derecho, la selección venezolana venció a Cuba 3-2, pero los antillanos se llevaron la copa en la final contra el equipo local.
La federación cubana de beisbol protestó ante la WBSC porque la policía no actuó rápidamente, porque no les fueron arrebatadas las pancartas a los «mercenarios”, porque los jugadores perdieron la “concentración”, porque el «espíritu» olímpico se sintió vulnerado. En el diario Granma aparecieron artículos de opinión en contra («Incluso, las frases de ataques, que por respeto no van a emborronar las páginas de este diario, contienen palabras obscenas»), en los noticieros televisivos le dieron bastante espacio a la «agresión», condenaron varias veces a los supuestos organizadores de la protesta (el exlíder de Somos+ Eliécer Ávila y el youtuber Alexander Otaola, quienes se declararon padres de la creatura), aumentaron las medidas represivas contra los opositores internos.
Al día siguiente, las manifestaciones en el estadio continuaron, y los cubanos volvieron a perder ante Canadá, derrota que les envió a las duchas, sin posibilidades de obtener boleto a Tokio por primera vez desde que el beisbol fue considerado deporte olímpico en 1982. Los cubanos se consolaron después con una victoria ante Colombia.
En análisis de la periodista Yoany Sánchez, en su portal 14ymedio.com: “El Gobierno cubano ha perdido el terreno del internet por no comprenderlo, por creer que –a la manera de las calles físicas o de las aulas universitarias– bastaba con el miedo y el castigo para acallar la disidencia. El surgimiento a finales de 2018 y la continuada resistencia del Movimiento San Isidro, que existe tanto en línea como en las calles, es un tributo a este fracaso”.
De vuelta a la casa en llamas, el psicólogo de la delegación desertó (Jorge Sile Figueroa). Camino a Saltillo (México), el lanzador Lázaro Pérez, que inició el juego contra Venezuela y era considerado el caballo de hierro de la selección, decidió quedarse en Estados Unidos. Más tarde, las autoridades perdieron contacto con el pitcher Andy Rodríguez, quien debía reincorporarse a su equipo en Japón.
El artista Luis Manuel Otero Alcántara, que estuvo un mes bajo custodia en un hospital luego de declararse en huelga de hambre y sed, fue liberado justo cuando en Florida batían palmas. En la TV de Miami dio gracias a quienes lo apoyaron y habló de la experiencia de ver, desde Cuba, el partido entre la selección de la isla y la venezolana. «Dijo estar emocionado por sus amigos detrás del home y sus carteles alegóricos y relató cómo se han convertido estas iniciativas del exilio joven en una especie de boom en las calles de la isla, donde todo el mundo habla de eso», reseñó el Diario Las Américas.
Un par de semanas antes, en el hervidero creciente de la repulsa abierta al régimen, había aparecido un video impensable. En una manifestación callejera en La Habana, alguien dictó: ¡cuando yo diga Díaz-Canel, ustedes dicen singao! Y así fue. Durante largo rato el grupo coreó. Y esa consigna ya es producto de exportación.
Singao le dijeron y singao se quedó. Para todo ese mundo que no sabía que el mote existía y le calzaba bien, y para los de adentro, que ya se lo habían colgao.