MARIO SZICHMAN –
Belkis Insausti logra con su novela una prosa sencilla, muy bien estructurada, plantear el problema esencial de cada vida: ¿Cuál es su significado? ¿Tiene alguna trascendencia? El ser humano puede hacer muchas cosas, hasta cancelar la gestación de una vida, pero no impedir que alguien le cierre los ojos en su momento final
Tan importante como escribir, es saber desde donde se escribe. Cuando Stendhal escribió La Cartuja de Parma, su héroe, Fabrizio del Dongo, tropezaba, de repente, con el combate de Waterloo. Fabrizio quitaba el uniforme a un húsar francés muerto en la más famosa batalla del siglo diecinueve, y vagabundeaba por el terreno. Aunque Stendhal era un veterano de varias campañas napoleónicas –inclusive sobrevivió a otro episodio épico, la retirada de Moscú en 1812–, en su descripción del enfrentamiento que selló el fin del imperio napoleónico destaca apenas lo caótico. Nadie sabe muy bien qué está sucediendo. Tras sobrevivir la lucha con una grave herida en su pierna, Fabrizio formula su famosa pregunta: “¿Estuve realmente en una batalla?” Es la mirada de un narrador modernista, mucho más moderno que Tolstoi, pues todos sus relatos cuestionan la certidumbre, aquello que creemos contemplar con nuestros propios ojos.
Si alguien pregunta cuando comenzó la edad de la sospecha en la literatura europea, tal vez la respuesta sea: en La Cartuja de Parma, en el mismo momento en que Fabrizio del Dongo puso en duda su contemplación de una batalla.
Belkis Insausti, en su compleja novela Decisión Final, repleta de aciertos y desafíos, usa el modelo de la literatura epistolar para estructurar un mosaico donde nadie tiene el patrimonio de la verdad, y todos sus personajes dudan, o cuestionan, aquello que transcurre delante de sus ojos. Cuatro mujeres latinoamericanas, con fuerte acento venezolano o argentino: Mery, Sol, Laura y Adela, mantienen un diálogo por email a partir de la enfermedad de Mery, a quien le han diagnosticado cáncer de médula ósea. insisto: tan importante como escribir, es saber desde donde se escribe. Si la autora hubiera usado la primera persona para describir las vicisitudes de la enferma y recoger el eco de sus solidarias amigas, Decisión Final no se hubiera sostenido como narración. Pero triunfa al elegir el email, ese formidable instrumento que es también patrimonio de la edad de la sospecha. La ductilidad del correo electrónico le permite llegar de manera instantánea a varios seres involucrados en un diálogo múltiple donde surgen verdades impremeditadas, pensamientos inarticulados, recuerdos que era mejor encubrir. (Leí hace poco que una estudiante norteamericana usó el email para llevar a una compañera al suicidio. Dudo que una carta enviada por correo hubiera tenido el mismo efecto).
La enfermedad de Mery es el gran desencadenante de los recuerdos y aprensiones de las cuatro mujeres, y un muestrario de sus diferentes actitudes ante la vida. Ese es uno de los méritos de la novela. El otro es que cada protagonista posee una voz propia. No solo por el rol que desempeña lo coloquial en sus reflexiones — propiciando una gran intimidad, y sugiriendo gestos– sino porque en el habla se ostenta también una manera de pensar.
La mujer profundamente religiosa se enfrenta a la agnóstica, y la propensa a los amoríos revela o repite sus aventuras a otra que ha perdido todo interés en el amor. La familia y los hijos se hacen presentes con sus conflictos y rivalidades. Pero cuando se describe algo con modismos venezolanos, no “suena” igual que cuando predominan los argentinismos. Se goza y se padece de manera distinta. No hay similar exaltación, o igual tristeza, cuando en el arsenal de la prosa se usa el “ché”, o se apela al tú.
Al mismo tiempo, la encarnación de esas voces en cuerpos permite entender la tragedia de Mery, sus diferentes propuestas, así como esa decisión final que la acosa entre la esperanza y la resignación, y que a todos nos acecha.
DESDE EL MÁS ALLÁ
Belkis Insausti logra con una prosa sencilla, muy bien estructurada, plantear el problema esencial de cada vida: ¿Cuál es su significado? ¿Tiene alguna trascendencia? El ser humano puede hacer muchas cosas, hasta cancelar la gestación de una vida, pero no impedir que alguien le cierre los ojos en su momento final.
Las preguntas que formulan los personajes de la novela son inquietantes porque apuntan a su principal misterio: el casual pasaje por este planeta. ¿Dejamos de existir cuando cesan nuestras funciones vitales? ¿Hay universos alternativos donde recuperamos el aliento y transitamos en otros cuerpos? ¿Es más sana la convicción del agnóstico –polvo somos, y al polvo volveremos– o la fe de una persona religiosa en su resurrección? Según Sigmund Freud, una persona que intenta encontrarle significado a la vida no está en sus cabales. Y desde la tragedia griega en adelante, sabemos que la única constante del ser humano es el empecinado azar, trastornando anhelos. Las grandes conmociones sociales, las guerras, han acabado con la seguridad de nacer y morir en un mismo lugar. Abundan los pueblos nómadas, que mueren muy lejos de su zona de concepción.
Basta observar lo ocurrido en Venezuela en las dos últimas décadas. Un país que había sido el refugio de muchos latinoamericanos durante las dictaduras militares en el Cono Sur, está diseminando sus ciudadanos por todo el mundo, debido a un régimen político que ha saqueado sus riquezas y abomina de la disidencia. (El drama de la diáspora causada por gobiernos autocráticos se refleja en las historias que cuentan las protagonistas de la novela).
Como toda buena narración, Decisión Final está respaldada por un gran bagaje cultural. Las cuatro mujeres defienden posiciones desde los campos del psicoanálisis y de la filosofía, aunque también desde la santería, o el espiritismo. Ninguna de ellas se atribuye la verdad, pero sus interrogantes y enunciados son siempre relevantes. El recorrido que hace cada una de ellas para enfrentar la verdad última, permite verificar sus personalidades, en litigio perpetuo con sus teorías.
Si recorremos la historia, comprobaremos que el ser humano suele transitar entre verdades eternas que se ponen de moda en ciertas épocas, y suelen ser reemplazadas por otras verdades eternas, e igualmente fugaces. Jugamos con nuestras etapas de vida intentando excluirnos de ciertas experiencias, o incurriendo en otras, buscando atajos para alcanzar la inmortalidad. Algo que nunca llega, excepto para los destructores de países.
EL INCESANTE FINAL
Según Einstein, es imposible pensar que Dios haya jugado a los dados con el universo. Pero es obvio que jugó a los dados con cada uno de los seres que existimos de manera precaria en este mundo. Curiosamente, la alternativa: la anulación del azar, el predestinar a seres humanos a una existencia estable, premeditada, es aún más horrible. La vida solo nos ofrece luchas y dilemas. No hay refrán que no cuente con su réplica. Unos dicen al despertar cada mañana: “Este es el primer día del resto de mi vida”. Otros responden: “Tal vez es el último”. Muchos creen que el peor crimen que comete la pena de muerte es cancelar de nuestras vidas el azar.
Cada narrador enfrenta su propio desafío. Lo más importante es su resolución a través de los obstáculos que impone a sus personajes y a sus puntos de vista. Con Belkis Insausti participamos del ritual de la amistad de cuatro mujeres que discuten, y aunque pelean a veces de manera apasionada, muestran un gran respeto por cada una de ellas. Y sus discusiones por email son como los diálogos platónicos donde los temores, las angustias, las contrariedades, se hallan encarnadas en seres de carne y hueso. Hay una especial calidad humana en Adela, en Mery, en Sol, en Laura.
Voy a insistir por tercera vez: tan importante como escribir, es saber desde donde se escribe. Belkis Insausti se atrevió a usar el género epistolar, uno de los más difíciles de la narrativa, para contar una apasionante historia. Toda persona interesada en la escritura sabe que es muy difícil crear personajes a partir exclusivamente de conversaciones. Si el narrador no usa toda la sabiduría posible ¿cómo logra que el personaje adquiera las tres dimensiones? ¿Cómo se les explica a los lectores que tal persona ronda la cincuentena, tiene temores y anhelos, incurre en ciertas pasiones y elude otras, confía o desconfía del próximo, calla sus miedos o los exterioriza, sin mostrar la intrusión del autor? Las cuatro mujeres que dialogan en Decisión Final existen gracias a sus articuladas palabras. Un lector no puede confundir a Mery con Laura, a Laura con Sol, o con Adela. La voz protagoniza el mundo creado por Belkis Insausti. (Hay otra voz que se incorpora casi al final, la de Alexis, un hombre que ha decidido abandonar un empleo muy lucrativo para explorar teorías sobre la manera de curar enfermos).
La novela ofrece a las protagonistas una serie de disyuntivas, pero el azar triunfa sobre todas ellas, como suele ocurrir en la vida. La crónica de una muerte anunciada tropieza con otra imprevista, y una tercera premeditada. Las soluciones que enfrenta el ser humano para alejarse de este mundo no superan la media docena. El gran cuentista norteamericano Ambrose Bierce, viejo, enfermo, y harto de las decepciones, decidió abandonar Estados Unidos con su bella secretaria y cruzar la frontera sur, dejando como testamento una carta que finaliza con estas palabras: “Ah, ser un gringo en México; ¡qué bella forma de eutanasia!” Muchas versiones existen sobre la manera en que Bierce tropezó con la muerte. Unos dicen que fue fusilado por las tropas federales, otro que murió en combate. Quienes conocían a Bierce, optaron por la segunda versión.
En Decisión Final, solo una de las mujeres decide tomar el toro por las astas. Pero todas las protagonistas luchan mientras pueden, y luego, se entregan a su suerte, aún la más imprevista. Y lo más importante, sin resignación. La novela es absorbente en sus premisas, y trágica en su final. No ofrece paños tibios, pero sí un apasionante inventario de las variadas formas que elegimos para abandonar este escenario. Y de la agotadora lucha que algunos seres emprenden, para preservar su dignidad.