ELOY TORRES ROMÁN –
Ha muerto Mikis Theodorakis, un hombre siempre vinculado a la lucha política desde la cultura, especialmente, desde la música. Una de las figuras más emblemáticas de la Grecia contemporánea. Resumió su lucha en el Decálogo Lambrakis que sirvió de Programa a la Juventud Lambrakis, epónimo de quien fuera un luchador pacifista griego asesinado en Salónica en mayo de 1963 por los fascistas griegos. Ese asesinato marcó una profunda crisis política, signada por la represión y la intolerancia.
Theodorakis compendió en ese Decálogo que su lucha se fundamentaba en la convicción de conjugar el valor de la cultura, particularmente la griega, y los elementos artísticos, filosóficos y literarios, con la política. Dice, además, en su libro Culture et dimensions politiques, cuyo prefacio escribió el filósofo francés Roger Garaudy, que era imperioso fortalecer los esfuerzos de los hombres de ciencia, de las artes y de las letras griegas y elevar el nivel de la educación, la cultura general y el deporte. Deseaba que las nuevas generaciones se educaran de acuerdo con las tradiciones nacionales y con la herencia de las civilizaciones que dejaron su impronta en la humanidad. Anheló para su país una total cobertura de escuelas, liceos, universidades, laboratorios, bibliotecas, salas de conferencias, teatros, museos y campos deportivos para satisfacer las necesidades educativas y culturales de toda Grecia.
Theodorakis, fue un hombre preocupado por la libertad y el avance cultural de Grecia, luchando por su futuro luminoso. Clamaba por una Grecia poblada de poetas, cantantes y canciones; una plenitud de arte y cultura. Ello sería muy importante para desterrar el fanatismo incrustado en la conciencia y el alma griegas, el cual no podía ser desarraigado fácilmente.
EL DRAMA GRIEGO
La Grecia del siglo XX fue el resultado de una guerra civil que siguió a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto duró desde 1944 hasta 1949. Si bien es cierto que su desarrollo fue local, tuvo serias implicaciones internacionales; de hecho, marcó el “inicio caliente” de la Guerra Fría. Era lógico que así ocurriera, pues la humanidad se encontraba por esos años al comienzo del complejo proceso del reparto del mundo en “zonas de influencias”, pautado en los acuerdos de la negociación en Yalta. La derrota de los comunistas griegos (apoyados inicialmente por los soviéticos) a manos de los monárquicos (respaldados totalmente por ingleses y estadounidenses) fue aplastante. Ese desenlace resultó de los citados acuerdos de Yalta que se tradujeron, al final de la guerra civil, en una secuela de odios e intolerancia que dividió profundamente a la sociedad griega. Fue un conflicto de una magnitud e intensidad mayor de la que le atribuyen algunos historiadores. Fue una “tragedia griega”.
El fanatismo enconó el alma griega luego de finalizada la guerra en Europa y se profundizó a niveles increíbles. Las desgarradoras consecuencias de la intolerancia política, excluyente y discriminatoria, así como el afán de imponer, aún por la fuerza, cambios a la sociedad griega, desató una ola de crueldad ante la que empalidecen los actos violentos de la guerra civil española: se llegó a segregar a los hijos, a asesinar al vecino, todo en nombre de la nueva sociedad y el hombre nuevo. En el conflicto griego coincidieron el fratricidio, el filicidio, parricidio y el matricidio.
Felizmente, esa dureza y sus manifestaciones extremas de crueldad comienzan a perder fuerza paulatinamente en la medida en que Grecia avanza en su proceso de modernización y se cierra definitivamente con el ingreso del país helénico al concierto de naciones que conforman la hoy Unión Europea.
SINCRONÍA ÉTICA Y POLÍTICA
Theodorakis mantuvo una misma postura política al hacer gala de una inusual coherencia entre su acción y su discurso: fue un denodado luchador antifascista y defensor de los derechos humanos, y pagó por ello: sufrió cárceles, penurias materiales, torturas y exilio. Luego, motivado por el viejo propósito, vivo aún en su alma, de elevar el nivel cultural de su pueblo a partir de la cultura griega tradicional, dio un paso político (1990) que sorprendió a muchos: aceptó ser Ministro de Estado de un gobierno del partido centro derechista Nueva Democracia (Nea Demokratia) en coalición con algunos sectores provenientes del mítico Partido Comunista griego del interior. El observó con la cabeza y no con el hígado. Fue un comunista a los 17 años, pero cambió en la edad madura. La influencia de Nikos Kazantzakis, el autor de Vida y andanzas de Alexis Zorba, sobre su espiritualidad, reflejo a su vez, de la de Federico Nietzsche. Basta escuchar su música para evidenciar su poco apego a los dogmas. Su ingreso al gabinete del derechista Konstantinos Mitzotakis (1984-1993), fue criticado desde las maximalistas posturas de los sempiternos individuos enfermos de “dignidad” y de los “principistas” alejados de la realidad.
Theodorakis, con su música, interpretaba a Kazantzakis, cuando éste ponía en boca de Alexis Zorba, su locuaz personaje, a decir: “Luchamos porque nos gusta; cantamos aunque no exista oído que nos escuche; trabajamos aunque no haya un patrón que al atardecer nos pague un salario…La esencia de nuestro Dios es el combate”.
Theodorakis fue un hombre marcado por la fatalidad de profundizar la cultura, el saber y la elevación de la espiritualidad de Grecia. Motivado, seguramente por la figura principal de la novela de Kazantzakis, la cual narra la vida y peripecias de Zorba, el personaje sibarita. Es decir, un individuo surgido de la visión clásica de la poesía griega y colocada en el pedestal de la interpretación que hace Nietzsche, cuando nos habla de las figuras apolíneas y dionisiacas. Ambas presentes en la dramática griega. Bueno, el caso es que esas figuras en Zorba, alcanzaron una plenitud; aunque fundamentalmente es la dionisiaca: En esa narrativa están presentes el vino, la sensualidad y el desenfreno. Theodorakis lo interpretó de ese modo, cuando brindó su música estimulada por el bouzouki o “guitarra del sol”, e hizo una pieza de remembranzas épicas. Fue cuando surgió el hoy famoso baile “Sirtaki”, que se muestra como corolario de toda una fascinación estética al final de la película Zorba, el griego (1964), interpretada por Anthony Quinn.
La admiración y el afecto de los griegos por él no conoce límites. Su valentía genera admiración, aunado a ello, la sincronía entre su carácter ético y virtuoso y su praxis política. Hoy, Theodorakis murió en los brazos de la historia de su pueblo y del mundo culto y virtuoso.
Theodorakis genera fascinación con su música. No sólo por el valor artístico de sus canciones, sino por la valentía física e intelectual demostrada al creer firmemente en el valor de la cultura tradicional de su país y actuar en consecuencia. Su acción y su discurso fueron la demostración fehaciente de que un gobierno que no base su norte en el desarrollo del ser humano y en la elevación de su valor antropológico y axiológico, está destinado al fracaso. Creo que ése es su gran mérito como político, artista e intelectual.
Theodorakis fue un cosmopolita, en el más amplio y cabal sentido de la expresión. No es casual que alguien dijera por ahí: “todos somos griegos”. Esto es, la significación de los valores en los que nos hemos formado. Toda la terminología científica y cultural de Occidente proviene de Grecia, incluyendo el componente sensualista y hedonista presente en nuestra percepción del mundo y en la interacción que sostenemos con él.
UN REGALO A VENEZUELA
Es suficiente observar su desprendimiento en 1973, cuando le regaló al MAS (el de Pompeyo, Teodoro, Eloy Torres, Freddy Muñoz, Germán Lairet, Antonio José Urbina y otros tantos), una pieza musical suya (Ligo akoma), que por una ironía de la vida traduce del griego “Un poco más”. En Venezuela le conocemos como “Si podemos, podemos”.
Hoy vemos como Venezuela, prisionera de la intolerancia, sufre el mismo sino que experimentó Grecia, en los años 60 del siglo XX, durante la dictadura de los coroneles griegos que se implantó en el país helénico. Nuestra Tierra de Gracia, hoy, es acosada por la intolerancia. No nos reconocemos. El país está dividido, e incluso entre los factores opositores son evidentes las fisuras gracias a los egos y las vanidades que dominan los espíritus. Una lástima.
ENCUENTROS CON MIKIS
Me voy a permitir destacar unos encuentros que sostuve con Mikis Theodorakis.
La primera vez fue en 1973, cuando él viajó a Venezuela. Por instrucciones de Teodoro Petkoff me tocó, junto a otros miembros de la incipiente Juventud del MAS, todo lo concerniente a su resguardo y seguridad. Debíamos enfrentar a los “sempiternos provocadores”, “ultrosos”, por demás quienes con su rostro y mirada hinchada de rabia, impugnaron la música del compositor griego. No ponderaron, no podían hacerlo; pues, eran prisioneros de un sentimiento de rechazo contra un acto creador del hombre para sublimar su existencia. Muchos de esos, entonces jóvenes, hoy, seguramente son miembros del tinglado de dirigentes del oficialismo; facinerosos, por demás, quienes se esconden con el cognomento de “colectivos”.
La segunda vez, cuando yo era estudiante en Rumanía. En 1977, aproveché unas vacaciones, pues, fui invitado por un amigo griego a visitar, su hermoso país, con Yuly, mi amada esposa. Durante esa estadía tuve la ocasión de visitar y sostener unas gratas conversaciones con el reputado músico griego. Fueron largas y muy amenas tertulias. En ella, Theodorakis me dijo sentir admiración por la gente del MAS e hizo especial énfasis al preguntar por Teodoro, Pompeyo, Eloy y el resto de dirigentes de primera línea que pudo conocer.
La tercera vez fue 1990; entonces, él era ministro sin cartera en el gobierno del líder de Nea Demokratia, Mitzotakis. Estuve en un concierto suyo en el mítico Partenón, en su hermoso y vetusto teatro. Tras finalizar el espectáculo, quise estrechar su mano. No pude. Era imposible superar la muralla humana que lo arropaba. Para ese entonces, era Primer Secretario en la Embajada de Venezuela en Atenas y trabajaba con la poetisa Olga Lucila Carmona, una mujer de gran calidad humana, blindada con una profesionalidad, decencia y una profundidad poética y valor estético.
Meses después, por cosas de la vida, me tocó asistir al sepelio del extraordinario poeta Yannis Ritsos en la medieval Monemvasía, en el Peloponeso, a seis horas en automóvil desde Atenas. Ritsos fue un extraordinario poeta, quien describía, con la sintaxis de la urgencia, el drama de la helenidad o greicidad de su pueblo. Theodorakis estuvo presente para rendir homenaje a ese luchador y poeta quien se comportó siempre cual contumaz antinazi y antifascista. Ritsos era su amigo y camarada. Ambos arriesgaron sus vidas al combatir la ocupación nazi, purgaron cárcel y sufrieron torturas por luchar contra las dictaduras que dominaron a su hermosa y poética Grecia. Theodorakis había musicalizado sus poemas.
Durante el cortejo, tímidamente, me acerqué a su voluminosa figura, con sus batientes rizos, esta vez ya encanecidos. No era fácil; él era Ministro y el protocolo indicaba obligatoriedad por el respeto a las formas. Al principio, como se comprobó luego, no me reconoció, pero cuando le dije que era venezolano, exclamó con su sonrisa helénica: “Ahhh, de Venezuela”. Me preguntó por el MAS. Fue placentero, recibir esa muestra de admiración. Aunque yo no era militante, mi vida estaba asociada a este partido desde su inicio.
PAIDOS HELÉNICO
Hoy Theodorakis ya se fue. Un abrazo a quien supo valorar la importancia de disfrutar la vida, con gran pasión, a pesar de sus vicisitudes. Él, como dice Zorba en las páginas del libro de Kazantzakis y quien clamaba por un momento de locura, siempre se aferró a la convicción de que “el punto más alto a que puede alcanzar el hombre no es el del Saber, ni el de la Virtud, ni el de la Bondad, ni el de la Victoria, sino algo mucho más valioso, más heroico y desesperado; el sagrado Sentir de lo poético”.
Sabemos que los griegos sistematizaron el concepto occidental de belleza tal como lo conocemos hoy. Ellos juzgaban que el universo – el cosmos– obedece a un orden específico. Más allá del tópico que vincula la cultura griega con el hedonismo y la búsqueda del placer, la belleza es un elemento superior que los griegos explican como una simetría, como una proporción asociada a la matemática (de ahí el concepto de la “divina proporción”, desarrollado posteriormente). Para ellos, la belleza es una noción intelectualizada. La belleza no debía ser vista como un elemento puramente subjetivo, pues ella está, por excelencia, en la naturaleza misma y sólo el arte es capaz de expresarla cabalmente. Tal como diría Máximo Gorki, sólo un ser humano culto puede ser bello.
A Theodorakis toda Grecia lo llora. El griego de a pie sabe que él, más que un griego, fue un helénico, pues impartió su cultura por el mundo; al igual que Alejandro Magno. Theodorakis transformó la música griega en un Paidós helénico; es decir, un niño que crece y se desarrolla en todo el mundo con sus valores.
Hoy, para despedir al amigo grande de rizos batientes, nos abrazamos a un sentimiento expresado por Nicos Kazantzakis, cuando se enteró de la muerte del verdadero Zorba: “Vemos que la risa ha muerto, la canción se ha interrumpido, el santuri se ha roto. Se ha llenado de tierra la boca insaciable. Nunca más se encontrará una mano tan tierna, tan sabia, para acariciar las piedras del mar, el pan, la mujer”.
Yasu, filesmu, Kirios Theodorakis (Adiós, amigo, Señor Theodorakis).