VICTOR SUÁREZ –

Theodore Roosevelt quería darle un tatequieto a don Cipriano, pero nunca se atrevió. En 1905, el embajador Herbert Bowen aconsejaba intervención inmediata. Necesitamos movilizar apenas mil 500 marines y tres destroyers durante dos meses, decía.

A manera de queja, los despachos que enviaba Bowen a la Casa Blanca analizaban los puntos débiles de la Doctrina Monroe: tanto que hacemos por América y América que no nos da nada. El mismo reclamo ciento diez años después lo hace Donald Trump respecto a Europa: otanto que la protegemos a cambio de nada.

En Washington el análisis era distinto al del embajador. El Big Stick, el gran garrote, sería mal visto por ingleses y alemanes que un par de años antes habían bloqueado a Venezuela y que la mediación gringa ayudó a superar. También decían que la opinión interna era contraria a una medida de esa naturaleza.

Bowen señalaba, sin embargo, que la costa estaba despejada. Los grandes cacaos de Caracas (Enrique L. Boulton a la cabeza) solicitaban la intervención. Pero don Cipriano se movía mejor en el tablero local. Atrajo a su vera a sus enemigos jurados (el banquero Antonio María Matos y el guerrero liberal El Mocho Hernández), y dijo como Nicolasito: si invaden a Venezuela, nuestros fusiles llegarán a Nueva York y tomaremos la Casa Blanca.

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