JOSÉ GUARNIZO/ Foto: Daniel Reina / Semana
Corilino y Remedios, dos payasos venezolanos que sobrevivían del oficio de divertir en su Barquisimeto natal, se cansaron de la dura realidad y se lanzaron a una travesía a pie desde Cúcuta hasta Bogotá. Crónica de un viaje inhumano en el que hubo tanto alegría como dolor
Iban subiendo una de esas lomas interminables cuando Gabriela se desplomó. No pudo más. Era como si sus piernas, de tanto andar, ya no estuvieran en este mundo. Mientras a Gabriela le hacían un masaje improvisado en las pantorrillas, el payaso Corilino comenzó a cantar el happy birthday. Su compañero Remedios y los diez migrantes más que estaban en ese momento desfalleciendo a orilla de la carretera, se unieron a la celebración. Gabriela estaba cumpliendo años.
Visto desde lejos la escena mostraba a un puñado de venezolanos cantando y aplaudiendo, en medio de tal vez uno de los peores momentos de sus vidas. Los carros que pasaban por ese paraje montañoso y nublado del municipio de Silos, en Norte de Santander, no tenían cara de querer parar a ver lo que estaba ocurriendo con ese grupo de hombres y mujeres cubiertos con bolsas negras de basura y muchas cobijas.
Era un momento íntimo y anónimo en el que hubo muchas lágrimas y risas. -¡Feliz cumpleaños, Gabriela!- se escuchaba retumbar por aquel cerro frío e inhóspito. Era una historia que tenía como protagonistas a dos payasos que llevaban cinco días de camino intentando buscar una mejor vida en Colombia. Era un instante duro, pero a la vez feliz. Era una tragicomedia que apenas estaba comenzado.
Jorge Luis Castillo, más conocido como el payaso Corilino, tiene 31 años. Kelvin Yepes, quien en el mundo artístico se hace llamar el payaso Remedios, tiene 34. Ambos se conocieron hace casi una década en las calles de Barquisimeto, estado Lara, una vez que los contrataron para animar las vacaciones de unos niños. Y desde ahí no se separan. Se volvieron almas gemelas. Por esos días trabajaban para un amigo llamado Lecci Torres que tenía una pequeña empresa de payasos llamada La farmacia del humor.
Al cabo de un tiempo, Lecci emigró a Estados Unidos y entonces Corilino y Remedios vieron la oportunidad de crear su propia sociedad del entretenimiento. Y fue en ese momento que nació Mundo Divertido. Jorge y Kelvin dedicaron su vida a preparar shows para cumpleaños y a dar clases en un colegio. Mientras eso pasaba, cada uno se casó, tuvo hijos y soñaron con que su proyecto de vida trascendiera fronteras.
Se trató de un plan familiar que comenzó a dar frutos. Los hijos de Corilino, por ejemplo, a los tres añitos de nacidos ya habían incursionado en el mundo de los payasos. Plinplón y Plonplín, con sus naricitas redondas y sus pequeños trajes de arlequín, fueron la sensación de las celebraciones adonde llegaba Mundo Divertido. La empresa prosperó hasta que vino la debacle definitiva de la economía venezolana. Era tanta la falta de dinero que Corilino y Remedios dejaron de recibir llamadas para contratos. En Venezuela los cumpleaños ya se hacían sin payasos.
En los últimos tres años la población pobre de ese país conoció la degradación máxima de su calidad de vida. El dinero en efectivo, que cada vez valía menos, comenzó a desaparecer de las calles. En los supermercados conseguir comida se volvió una misión imposible. Y por si fuera poco, el empleo escaseó todos los días más. Hubo un día en que venezolanos como Corilino y Remedios se vieron sin con qué pagar el arriendo o un transporte. Era como estar zambullido en el agua sin poder respirar y con las manos atadas.
Erick Montilla tiene 19 años. Es un chico alto, delgado, de rasgos muy finos. Su sueño siempre fue ser fotógrafo profesional. Meses antes de huir caminando de su país, se reía cuando veía en las noticias que miles de sus compatriotas se habían ido para Colombia a pie. “Me parecía absurdo porque creía que era imposible que alguien decidiera caminar todos esos kilómetros. Pero vea, aquí estoy haciendo lo mismo que ellos”, dice.
Según Erick, en Venezuela hubo un antes y un después y fue el momento en que el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció que no se llevaría a cabo el proceso revocatorio contra Nicolás Maduro. “Ese día el país se murió”, dice Erick. Era septiembre de 2016 y a partir de ese momento en Venezuela se desataron una serie de marchas y protestas en las calles que se prolongaron por más de un año y que fueron reprimidas por el Gobierno. Nadie olvida el centenar de personas que murieron en las calles exigiendo que Maduro dejara el poder. Pero eso nunca ocurrió.
Hace un mes, estos payasos, arrastrados por la situación económica del país, decidieron empacar e irse. Corilino dejó a su esposa, a sus tres niños y a su mamá. Ellos lo acompañaron hasta el terminal de transporte, allá lloraron y se echaron la bendición. Remedios nunca pensó en separarse de sus seres queridos. Pero ahí estaba también, dándose un abrazo de despedida con su mamá, una mujer de 74 años de edad discapacitada. Kelvin era quien veía por ella y por sus dos pequeños y su mujer. La incertidumbre era enorme. Nada garantizaba que les fuera bien y que en Colombia consiguieran un empleo. Era de noche y las dos familias estuvieron en la plataforma de salida hasta el momento en el que la buseta arrancó.
La primera estación del viaje trajo de entrada una adversidad. El mismo día en que llegaron a La Parada, en San Antonio del Táchira, los ladrones los despojaron de todo lo que llevaban. Les quitaron unos pocos dólares que guardaban para cambiar. Con eso pretendían pagar algunos pasajes para acortar kilómetros. Corilino y Remedios sintieron prácticamente que les habían acabado de romper todos sus sueños, todos los planes.
Desde ahí todo cambió. En Cúcuta pensaron en devolverse porque ya estaban sin nada, no tenían ni siquiera dónde dormir esa noche ni qué comer. Entonces se arrodillaron y oraron. Las pocas fuerzas que les quedaban se las entregaron a Dios y se acostaron sobre cartones y periódicos intentando descansar. Al día siguiente se levantaron con la intención de vender las pocas cosas que les habían dejado: un maletín y algo de ropa. Lo único de lo que no se desprendieron fue de la maleta de payasos, ese cajoncito azul marino que en su parte exterior llevaba un letrero que resumía esa única luz de esperanza en medio de la tragedia que estaban viviendo: Mundo Divertido, era lo que decía.
Allí adentro estaba la vida de Remedios y Corilino, sus implementos de la magia, los zapatos trompones, las pelucas, los infladores, el maquillaje, los pañuelos y ese traje compuesto por un chaleco fucsia, corbatín negro elegante y camisa azul impecable con los que suelen hacer estallar a la gente de risa. En Cúcuta intentaron, a veces con éxito, a veces sin él, conseguir pesos haciendo shows en algunas plazas. Fueron momentos de altos y bajos. El dinero que lograron recaudar se les fue en el hospedaje y la comida en esa ciudad.
Sin embargo, a partir de ese momento comenzaron a planificar el rumbo: cómo iba a ser, cuándo iba a ser y adónde iba a ser. Hasta que un jueves tomaron la decisión de emprender ese viaje de mochileros y guerreros, así como miles de venezolanos todos los días. En el trayecto se habían encontrado con Gabriela, la del cumpleaños, y con otra joven llamada Carmen Gamez. Mientras fueron avanzando se unieron otros al grupo. Así fue como apareció Erick, el chico que quiere ser fotógrafo. Carmen dice que se hubiera muerto de depresión si no se hubiera encontrado con Corilino y Remedios en el camino. Lo dice luego de cinco días de caminar con ellos y de haberse tenido que cortar el pelo para venderlo. Mientras está sentada descansando los pies maltrechos, los payasos de golpe comienzan a hablar duro. Pareciera que están a punto de comenzar un show. Hace frío en la montaña.
Corilino: Miren, ¿saben qué? Yo vengo de una ciudad que está muy lejos. ¿Saben de dónde vengo? Yo vengo de un sitio llamado mundo divertido. Hoy voy a presentar un recital de poesía, ¡porque yo soy un gran poeta!
Remedios: Oye, oye, oye, Corilino, un momento, pero si aquí el poeta soy yo.
Corilino: No, pero la invitación me la hicieron a mí solamente porque yo soy un gran poeta, así que el poeta soy yo.
Remedios: Estás equivocado, aquí el poeta soy yo.
Corilino: No, soy yo.
Ambos al mismo tiempo y suben la voz: O soy yo, o eres tú, o eres tú o soy yo. Está bien, eres tú.
De golpe y desde la orilla de la carretera, Carmen grita:
-No, no, no, no, no, ¡aquí la payasa soy yo!
Y entonces todos estallan en una carcajada larga.
Pero aunque se rían sin parar es inevitable percibir una atmósfera de desconsuelo. A Corilino su esposa le escribió dos días antes rogándole que se devolviera. Remedios está pensativo porque el viaje se está demorando más de lo que creían y en su casa ya necesitan algo de plata para comer. Y es que caminarse 550 kilómetros –que es lo que hay entre Cúcuta y Bogotá- no es poca cosa. La mayor preocupación en este punto del camino es que no los coja la noche en el Páramo de Berlín, un filo a 3.300 metros sobre el nivel del mar antes de Bucaramanga donde abunda el frío helado y la neblina ciega.
Después de seis horas y media de caminar, Corilino reconoce que esa parte del recorrido es la que más les ha costado. Atrás se ve un enorme cañón verde sobre el que se pasean vacas y falta el oxígeno. Remedios está exahusto. Dice que es hora de revisar los neumáticos porque parece que están graves. Entonces se sienta sobre el andén, se quita sus tenis de tela, y se va va deshaciendo de los cinco pares de medias que lleva encima. Al descubierto quedan sus dedos. Se ve que una herida atraviesa de lado a lado la planta del pie derecho.
Para ese momento Bogotá está a un poco más de 400 kilómetros. Minutos antes Corilino había dicho que si Jesús había aguantado cuarenta días y cuarenta noches sin comer, ellos harían lo posible, porque llevarían su fuerza. Lejos de que aparezcan lágrimas, brotan risas y uno que otro chiste. Es hora de continuar. Corilino y Remedios se montan de nuevo sus maletas al hombro. No se quejan, no maldicen, no se lamentan de su suerte. Se ríen y entonces uno piensa que ser payaso es una cosa muy seria.
Publicado por www.semana.com
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