En el auditorio del diario El Mundo se dieron cita el lunes 28 de octubre los integrantes del VIII Máster de Periodismo de Investigación, Datos y Visualización que imparte desde hace siete años la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid. La nueva cohorte estaba formada por periodistas, ingenieros informáticos, diseñadores e infógrafos interesados en el periodismo de investigación más riguroso y exigente. Para ofrecerles la bienvenida, en la tarima se encontraban Javier Ramos, rector de la URJC; Francisco Rosell, director del diario El Mundo, y Antonio Rubio, director del Máster. La intervención estelar, a manera de apertura del curso 2019-2020, estuvo a cargo de la periodista venezolana Marianela Balbi, directora del Instituto Prensa y Sociedad-Venezuela.

Estas fueron sus palabras:

 

MARIANELA BALBI –

Agradezco la invitación que me han hecho para hablar en este acto de apertura del Máster de Periodismo de Investigación, Datos y Visualización del diario El Mundo y la Universidad Rey Juan Carlos. Es un honor para mí estar aquí hoy.

Mis palabras están dedicadas a dos comunicadores latinoamericanos que han fallecido este año. El primero es Antonio Pasquali, venezolano de origen italiano, y gran figura de la comunicación social y la democracia venezolanas. El pensamiento siempre crítico, visionario e innovador de Pasquali, nos ayudó a comprender la relación esencial de nuestro oficio con la defensa de los derechos humanos. El segundo es Javier Darío Restrepo, magnífico periodista colombiano cuyas reflexiones y acciones sobre la ética del periodismo son un faro importantísimo en los tiempos que vivimos.

Voy a articular mi discurso refiriéndome a cuatro asuntos que muestran la importancia y las posibilidades del periodismo de investigación en los complicados y cruciales momentos que viven las democracias contemporáneas. Y me referiré por ello, de forma muy particular, a mi experiencia en el Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela —IPYS Venezuela— y a la red de medios independientes que ha surgido en mi país, Venezuela, en un contexto de severas amenazas para la libertad de expresión.

Las relaciones entre libertad de expresión, democracia y periodismo pueden parecer evidentes, pero no siempre lo son. Por eso voy a comenzar por allí.

La libertad de expresión es uno de los principios democráticos más importantes que permite a los ciudadanos —al ser democrático—, defenderse de los abusos del poder y de cualquier omisión institucional que cercene sus aspiraciones a la libertad. Su función es dar a conocer esos abusos y omisiones y contribuir a que las cosas puedan cambiar. Así que al referirnos a la libertad de expresión indefectiblemente tenemos que abordar la reflexión sobre la democracia en general.

Los riesgos y desafíos que enfrenta la libertad de expresión hoy día son un reflejo de los problemas que enfrentan las democracias actuales, cuyas bases se ven afectadas por diversos factores, pero quisiera destacar dos:

  • El incremento y la particularidad de los nuevos gobiernos autoritarios, impulsados por el populismo y por las tendencias antipolíticas y antipartidos haciendo uso de las propias reglas de la democracia.
  • La intervención negativa de las tecnologías en las comunicaciones, que ha distorsionado el debate político, desdibujando el ejercicio de las libertades ciudadanas con acciones premeditadas de desinformación, que minan la credibilidad de las instituciones.

Hoy estamos aquí entonces para hablar de es esa piedra angular de la democracia que es la libertad de expresión y, de modo muy especial, para reflexionar sobre el periodismo —sobre el periodismo de investigación, para ser más específicos— que es ese conjunto de prácticas y metodologías para buscar información confiable, verificada, que contribuye a fortalecer la democracia.

El periodismo del que nos ocupamos hoy aspira a la verdad, y digo que aspira, porque sabemos que en los tiempos que corren ese término tiene una naturaleza cada vez más compleja y sinuosa. Preferimos por ello hablar de la realidad, de los hechos, de los datos, de acciones, de sujetos, para protegernos del uso resbaladizo del término verdad, y de las muchas maneras en que se lo ha usado para censurar, para justificar ataques autoritarios y profundizar la crisis de confianza que fractura la relación entre la sociedad y los medios de comunicación (tanto como la relación entre los ciudadanos y la política) en estos tiempos de relativismo y postverdad.

Sin embargo, yo quiero contraponer a ese uso malsano del término verdad, los trabajos de periodistas como Wa Lone y Kyaw Soe Oo, presos en Myanmar por reportar la matanza de musulmanes Rohingya; de la filipina María Ressa, fundadora del portal informativo Rappler; de Jamal Khashoggi, cuyo asesinato reveló aspectos muy oscuros de las complicidades en el reino de Arabia Saudita; de la periodista maltesa Daphne Caruana Galizia, investigadora de los Papeles de Panamá y asesinada en 2017. Y más cerca de mí, en Latinoamérica, quiero recordar a los diez periodistas asesinados este año en México —según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) de ese país, la mitad de los asesinados en el mundo hasta ahora—, y a los 63 periodistas muertos en 2018 en todo el mundo.

A todos esos colegas no los asesinaron por ofrecer interpretaciones de la realidad distorsionadas o parcializadas, tampoco por hacer un periodismo que coqueteara con la ficción, ni por crear información artificial para alimentar espacios virtuales, obedeciendo a intereses políticos o económicos, con el fin de intoxicar el discurso público. Todos estaban abocados a revelar algo, realidades, que el poder deseaba ocultar a cualquier costo.

Esto nos dice cuál es el primer precepto del periodismo de investigación: revelar hechos que el poder desea ocultar para evidenciar abusos o delitos perpetrados por autoridades o por poderes no estatales, y para pedir que se rindan cuentas de gestiones que deberían contribuir al bienestar de todos.

El periodismo de investigación es por eso una de las contribuciones más importantes que puede hacer la prensa a la democracia.

Y de aquí se deriva su segundo precepto:

Los temas que nos ocupan son siempre temas de interés público, nuestro trabajo está al servicio de la colectividad, de la ciudadanía.

Pero hay un tercer precepto en nuestro trabajo que es aún mucho más importante.

El periodismo de investigación contribuye a que la gente sepa lo que sucede, y de ese modo le suma calidad a las democracias y fomenta el sentido de ciudadanía.

Gracias a la prensa, a la buena prensa, las personas están más y mejor informadas, disponen de conocimientos para tomar decisiones, se transforman en actores vigilantes de sus derechos, ejercen de modo más consciente su derecho a la expresión en democracia: sea esta el voto, la protesta o el activismo comunitario en cualquiera de sus formas.

Ahora bien, los nuevos medios, las redes, y los tiempos que corren, nos colocan en la situación de redefinir nuestras funciones como comunicadores, y es bueno recordar entonces lo que nos corresponde hacer hoy, siguiendo esos preceptos que ya he mencionado.

Ante todo:

Diseñar nuestras agendas con independencia para develar lo que no dice el poder, diseñar agendas de trabajo que iluminen sus omisiones.

Debemos aprender a decidir qué temas hay que abordar para que el periodismo tenga un papel claro al servicio de la democracia y de la ciudadanía, y para reconstruir la confianza en el oficio.

Pero también tenemos que aprender a buscar esa información con la mayor rigurosidad y eficiencia posible. Y aprender además a hacer que llegue a dónde debe llegar: a los ciudadanos, en el momento necesario, evadiendo las sofisticadas y diversas formas de censura y desinformación actuales.

EL CASO VENEZUELA

Ahora quiero hablarles de la situación de la libertad de expresión y del acceso a la información en los tiempos de dictadura, exponiéndoles el caso de Venezuela.

Como saben, vivo y trabajo en un país que en los últimos veinte años se ha visto abrumado por un contexto de enorme conflictividad social y política y por un trágico deterioro económico.

En este tiempo, las amenzas a la libertad de expresión han sido recurrentes y se han intensificado cada vez más. Me refiero a acciones como la criminalización de medios de comunicación y de periodistas; a presiones, amenazas y censura por parte de los poderes públicos; a la asfixia y el cierre de televisoras, periódicos y radios, en especial en el interior del país, a limitaciones adrede en los servicios de conexión a Internet y televisión satelital o por cable.

Los perniciosos efectos de esta persecución, se sienten en la significativa merma de pluralidad en los medios públicos y en la falta de independencia en los grandes medios tradicionales de Venezuela. Eso ha conducido a que en dichos medios falten las voces y perspectivas diversas, tan necesarias para enriquecer la deliberación pública en cualquier sociedad democrática.

En estas dos décadas, en Venezuela se diseñó un modelo de censura que se valió de la institucionalidad para prácticamente abolir la libertad de expresión, y para silenciar y/o destruir a los medios independientes, inventando un absurdo marco legal, aplicando medidas administrativas de dudosa legitimidad e implementando políticas públicas cuyo único fin es alcanzar el control político e imponer la llamada “hegemonía comunicacional”. Y la principal estrategia usada para ello fue incrementar el número de medios partidarios del gobierno, de medios militantes, al tiempo que se ponían obstáculos y restricciones para la actuación de medios críticos, como ya dije antes.

De ese modo, en estos veinte años de sostenida y metódica construcción de un modelo de censura, Venezuela se ha convertido en un cuerpo enfermo que vive en la opacidad. Su espacio público sufre los efectos de maquinarias mediáticas de propaganda y desinformación y ello ha dejado a la gente sin referentes, en la medida en que duda de la veracidad de la información que difunde esta maquinaria y tienen serias dificultades para acceder a información confiable e independiente.

Concluyo esta parte de mi exposición con algunas cifras que hemos registrado en IPYS, al monitorear las violaciones al ejercicio del derecho a la libre expresión y el acceso a la información, y que evidencian las condiciones en las cuales se hace periodismo en Venezuela. Son parte de nuestro balance de septiembre de 2019:

  • 430 casos de violaciones de las libertades informativas en lo que va de 2019. Esta cifra supera los datos anuales recopilados por esta organización durante el 2018 (266 casos).
  • Cierre de más de 100 emisoras de radio.
  • Deportaciones de corresponsales extranjeros.
  • Desaparición de más de 60 diarios regionales.
  • Limitaciones de los servicios de telecomunicaciones de las empresas públicas y privadas, y del suministro de energía eléctrica en 19 de los 23 estados del país.
  • Agresiones y ataques recurrentes a los trabajadores de la prensa.
  • 35 casos de violación de derechos digitales (ataques a sitios web, bloqueos, amenazas y discurso agraviante por redes sociales).
  • Ataques y bloqueos a diversos portales de medios digitales y plataformas de redes sociales, que reportan sobre asuntos de relevancia política y social en Venezuela y para la comunidad internacional.

Este el telón de fondo para hablarles de cómo la sociedad civil venezolana, y particular los comunicadores, con una obsesiva decisión de seguir en pie.

PERIODISMO PARA CONSTRUIR CIUDADANÍA

Voy a hablarles primero de la organización que dirijo desde hace ocho años, el Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela (IPYS Venezuela), que trabaja justamente para contribuir al desarrollo de ese periodismo que construye ciudadanía.

IPYS Venezuela es una organización no gubernamental hecha por periodistas y para periodistas que ha asumido la defensa del derecho a la libre expresión y el acceso a la información para velar porque los periodistas y profesionales de la comunicación puedan cumplir con su labor en condiciones que garanticen un periodismo independiente y vigilante.

Nuestro trabajo, además, combina el activismo con el ejercicio del periodismo. Por ello nos comprometemos en las labores de campo, para reportar los eventos que atentan contra las libertades informativas ante instancias nacionales e internacionales. Y lo hacemos en todas las esferas posibles. Hemos asistido a las audiencias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, a la ONU en el EPU (Examen Periódico Universal) para Venezuela, para que la acción de un gobierno que transgrede sin pudor el derecho a la libertad de expresión tenga un mayor costo político.

En esa tarea, el trabajo colaborativo y las redes han resultado cruciales para brindarles protección y seguridad a los periodistas. Hemos formado una red muy sólida de corresponsales que se activa en más 19 ciudades de las 23 entidades del país, para realizar pruebas que permitan obtener evidencias de bloqueos y ataques a los medios digitales, y también son reporteros que apoyan nuestras investigaciones colaborativas.

Esa red de corresponsales también apoya a medios independientes que han surgido en estos tiempos en el país. Y respalda nuestras plataformas de datos abiertos, como Vendata, que creamos para romper la opacidad y liberar la data pública de más de diez años contenida en las gacetas oficiales, memorias y cuentas de ministerios y boletines oficiales.

No hacemos esto solos, como ya he dicho. Hemos aprendido a trabajar en redes locales, nacionales, regionales y globales. Unimos esfuerzos para evidenciar los excesos y los abusos y para denunciar alzando nuestras voces en conjunto.

Así fue como logramos que el estado deplorable de la libertad de expresión en Venezuela sea un asunto importante en el informe la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet. O que nuestras investigaciones sean referencia obligada en los reportes sobre la crisis humanitaria que vivimos, develen las tramas de la corrupción y evidencien una descomposición social sin precedentes, esa que nos ha llevado a ser un país que, sin estar en guerra, ha perdido al menos al 10 % de su población (el más grave flujo migratorio de la región en estos dos últimos siglos).

IPYS Venezuela también participa en redes de la sociedad civil, porque sabemos que necesitamos aliados para alimentar nuestra perspectiva con la de otros sectores de la sociedad. Sabemos que necesitamos autonomía para ser un contrapeso del poder, sabemos que formamos parte de los movimientos sociales protagonistas en esta lucha para recuperar la democracia en Venezuela. Pero somos antes que nada periodistas, que se deben a su función de revelar, denunciar, dar voz a las comunidades y exigir democracia. Pues eso es lo único que queremos: Democracia.

El “Caso Venezuela” en el Máster de Periodismo de Investigación en Madrid

MEDIOS INDEPENDIENTES

Para concluir mi participación aquí en el día de hoy me parece imprescindible referirme a las iniciativas de los medios independientes y de la sociedad civil en Venezuela en los últimos años, que han compensado las carencias de los grandes medios tradicionales haciendo un periodismo de investigación riguroso.

Para IPYS Venezuela, el periodismo de investigación es una línea estratégica de trabajo porque creemos que hoy, más que nunca, es necesario difundir con eficacia información basada en investigaciones profundas y confiables. Pero también nos interesa el componente formativo y de análisis de los problemas que contiene esta forma de hacer periodismo. Por ello trabajamos en la capacitación de periodistas en las regiones más apartadas, ofrecemos el Programa de Estudios Avanzados en Periodismo de Investigación con la UCAB, impulsamos en Concurso Nacional de Periodismo de Investigación que ya suma 9 ediciones y hacemos investigaciones que se han destacado en competencias regionales.

El periodismo de investigación ayuda por eso a despolarizar nuestras sociedades, despierta su sentido reflexivo y muestra la complejidad de los eventos, sus matices, las diversas perspectivas que deben considerarse. Y en Venezuela, esa forma de entender el periodismo, se ha revelado como una de las maneras más adecuadas de apoyar a la ciudadanía.

Nuestra circunstancia extrema ha generado una respuesta realmente admirable por parte de los comunicadores venezolanos, que se manifiesta en investigaciones periodísticas realizadas desde innovadores emprendimientos y plataformas digitales, que han sido reductos del periodismo independiente en el país y han tenido importantes reconocimientos en América Latina y en el resto del mundo.

Quiero mencionar algunos de estos emprendimientos, los más importantes: páginas como El Pitazo, Efecto Cocuyo, Crónica Uno, RunRunes, El Estímulo, BusTV, el Servicio de Información Pública (que opera por WhatsApp y Telegram), Prodavinci, Historias que laten, Armando.Info, La vida de nos, Caracas Chronicles en inglés y su complemento en español: Cinco8, el portal de periodismo que se hace desde España Actualy.es, el blog de Naky Soto y las cuentas de Luis Carlos Díaz; así como la persistente vocación de un periodista que merece todo mi respeto como es César Miguel Rondón, hoy en el exilio.

Son todas iniciativas independientes que muestran que el periodismo venezolano, a pesar de los enormes obstáculos que enfrenta, cumple plenamente con su función social y política, esencial en la terca búsqueda de construir una sociedad abierta. Pero también estrena nuevas formas, que pueden resultar inspiradoras, en el clima actual de profundas transformaciones.

Estos emprendimientos comparten una clara vocación de responder a preocupaciones de interés público, de compartir el poder reservado a los medios y vincularse con las comunidades, y no sólo para hacerles llegar la información que proviene de ellas mismas, sino también para incorporarlas al trabajo de registro local, allí donde a veces la prensa no llega: en la calle, en las poblaciones más incomunicadas, en las barridas populares. Y también comparten la disposición a innovar para superar los obstáculos que presenta el contexto represivo y negado a la transparencia de la gestión pública.

Han surgido, por ejemplo, experiencias para informar directamente al público, privado de servicios de internet y de periódicos impresos independientes. Es el caso de BusTV y El Pitazo en las comunidades: con acciones como el perifoneo y el cine en la calle. También investigaciones muy sofisticadas, que han contribuido a revelar los sofisticados engranajes de corrupción del país y sus relaciones internacionales. Páginas donde la narración se une al periodismo, para registrar memorias personales de estos años, como La vida de nos e Historias que laten. O ciberactivistas como Luis Carlos Díaz y Naky Soto, quienes valiéndose de las redes, enseñan a la ciudadanía a defenderse de acciones de desinformación, al tiempo que difunden y comentan resúmenes informativos serios.

De modo que, en estas condiciones tan difíciles, en las que el Estado se resiste a someterse al escrutinio público, a rendir cuentas y a promover la transparencia de su gestión, los periodistas han cumplido con su función fundamental: indagar y develar lo que acontece para que la ciudadanía sepa lo que sucede.

Los ejemplos a los que me he referido tienen como objetivo mostrarles cuán poderosos son los recursos del periodismo, y del periodismo de investigación, cuando las democracias están en juego. Y muestran entonces que es necesario extender su acción en un mundo necesitado de información confiable, de medios de comunicación con perspectivas diversas, pero siempre responsables. Porque esa es la única manera de que los ciudadanos puedan realmente actuar como tales, poniendo límites al poder y participando activamente, de forma reflexiva, en el cuidado, la recuperación o la reconstrucción de la Democracia.

En esa labor se inscribe el Máster de Periodismo que hoy comienza y en ella espero que trabajen de forma destacada todos ustedes, sus cursantes.

Muchas gracias.


 

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