ATANASIO ALEGRE –

Aquello de que nada hay en el intelecto sin que previamente haya pasado por los sentidos, o lo que es lo mismo, que todo conocimiento tiene su origen en la experiencia, no parece tener una base firme de sustentación, ya que si eso fuera así, ¿cómo corregir los errores producidos por la experiencia?

Se trata de algo parecido a aquel que invoca lo sobrenatural ignorando en qué consiste la naturaleza propiamente dicha. Pues bien, actuar sobre un guión de este tipo pone en peligro la manera cómo percibimos los acontecimientos y, por tanto, la vida en sociedad, ya que existe una gran diferencia entre saber que uno es consciente de algo y en qué consiste el conocimiento como teoría. Pero dejemos esto a las disciplinas que científicamente se ocupan de ello como es el caso de la filosofía o de la que tanto se habla hoy, de la neurociencia.

De momento, lo que interesa es saber qué está pasando con la sociedad venezolana en el sentido de cómo se percibe a sí misma y cómo es percibida externamente por los demás.

El neurólogo francés Jules Cotard (1840-1899) descubrió en el siglo 19 una enfermedad que se conoce como el síndrome de Cotard. Quienes se ven afectados por esta enfermedad tienen la firme convicción de que están muertos, de que ni siquiera existen. Visto de cerca el estado de estos pacientes, pareciera que se comportan como zombis y en tal sentido pueden resultar peligrosos por la merma de responsabilidad con que proceden. Su situación –la de estos pacientes- es la de quien vive dentro de una burbuja nihilista, víctima de una depresión destructiva.

Para salir de una situación semejante, antes de que comiencen a sentir como propia su propia putrefacción como ocurre con los cadáveres reales, es necesario someter a estos pacientes a un tratamiento específico. Hay que lograr que sean conscientes del cuerpo con el que actúan y se interrelacionan no solo con los demás, sino consigo mismo. Y que sus acciones sean atribuidas a un yo que rige su vida. Esto se puede conseguir, en unos casos, mediante un proceso psicoterapéutico y, en los más extremos, mediante un proceso en el cual su sistema nervioso es sometido a una serie de convulsiones que les pongan en disposición de salir de la confusión en la que han caído al interpretar la vida que llevan como su propia muerte. Despertar la conciencian perdida, actualizar, en resumen, la presencia de su YO, no es fácil pero tampoco es imposible.

Pues bien, sustituyendo las cosas por su igual, ¿no será esto lo que está pasando con una sociedad como la venezolana, víctima del síndrome de Cotard, tal como aparece a la vista de la opinión pública mundial e internamente para quienes en ella viven? En otras palabras, ¿no es esta una sociedad afectada –al menos de manera figurada- por ese nihilismo al que se refiere Jules Cotard para este tipo de situaciones? Y si esto es así –a mí, al menos, me lo parece-, ¿quién va encargarse de llevar a cabo la terapia correspondiente a base de producir las convulsiones sociales que logren conducir a la sociedad venezolana al estado de conciencia que merece vivir como conjunto civilizado? ¿Dónde está el liderazgo capaz de enfrentar al nihilismo teniendo en cuenta que es necesario cabalgar sobre dos nadas?

Quienes se consuelan con la idea de que las naciones no desaparecen, habrá que advertirles que no solo las naciones pueden desaparecer, sino las civilizaciones, y que todo comienza cuando fracasa la manera de cómo una sociedad comparte determinados significados mínimos para la convivencia.

Los análisis que a lo largo de estas dos décadas se viene haciendo sobre el destino de la sociedad venezolana han sido notables, pero los esfuerzos, en un sentido o en otro, para remediar esta situación, han resultado estériles, algo en lo que hay que convenir.

Eric Vuillard –la cosa esta vez parece ir de franceses- en su formidable relato sobre la anexión de Austria al Tercer Reich al iniciarse el expansionismo nazi que desembocó en la Segunda Guerra Mundial- en un libro que ha hecho acreedor a este autor al premio más codiciado de la literatura francesa, resume la situación austriaca en los siguientes términos:

“Sobre el papel, Austria ha muerto: falleció bajo la tutela alemana. Pero a primera vista, nada tiene aquí la densidad de una pesadilla ni el esplendor de un sobresalto, solamente el aspecto pegajoso de las combinaciones y de la impostura. Nada de violencia extrema ni de expresiones terribles e inhumanas, solamente la amenaza, brutal, la propaganda, repetitiva y vulgar”.

Naturalmente, eso fue al comienzo.

¿No recuerda entre líneas este proceso de la anexión austriaca al de la colonización que, paulatinamente, el castrismo ha ido imponiendo sobre Venezuela, ahora en su fase final en cuanto a imposición, por lo visto, con las consecuencias nihilistas que sustentan a un régimen mantenido por la fuerza con la ayuda del militarismo?

Como hiciera el profeta Jonás ante la gran ciudad de Nínive, es preciso anunciar con igual énfasis lo que está pasando en Venezuela con el fin de reaccionar ante esta fraudulenta actitud de sustitución de lo venezolano por lo cubano, tanto de parte de quienes se encuentren en la oposición como del lado del gobierno.

Atanasio Alegre, psicólogo, académico, narrador hispano-venezolano. Escribe desde Madrid, España.

 

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