RAFAEL GUÍA –
Tal vez transitar por ese piso multicolor, obra de Carlos Cruz Diez, del aeropuerto internacional de Maiquetía, sea el paso más doloroso en un momento de nuestras vidas, cuando nos toca abordar el avión y marcharnos del país que nos vio nacer. Es ir al encuentro de una situación totalmente inédita, llena de interrogantes, preocupaciones y algo de miedo.
Estar lejos de la familia, en un mundo con otras costumbres, dialectos desconocidos, es como empezar de nuevo a construir un tejido de sabores, colores, atardeceres y, sobre todo, de amigos y conocidos. Más difícil es cuando te encuentras en completa soledad y sin ningún amigo o conocido alrededor que te ayude a enfrentar la nueva situación. Aunque afortunadamente, en el caso de los venezolanos en Argentina ha comenzado a entretejerse una maraña de grupos que tienen como norte común ayudarse entre todos, compartir tanto la alegría como el dolor y reencontrarse en el afán de seguirse sintiendo venezolano aun en la distancia.
La solidaridad entre los venezolanos en Buenos Aires va más allá de las reuniones y las protestas
Tal vez Adriana Sanoja lo definió con unas palabras maravillosas, hermosamente humanas: “Procuramos el acercamiento, acompañamiento, colaboración, que puede ser desde una información hasta un hombro para llorar”. Adriana es la administradora del Grupo Juventud Prolongada en Argentina (Adultos Contemporáneos), uno de los tantos en los cuales participan los venezolanos acá en Buenos Aires.
Nos ha sorprendido gratamente con la atención personal a dos muchachas venezolanas que están atravesando por una situación complicada por motivos médicos.
Ahora escribimos sobre el de Gabriela Delgado, atropellada por una moto hace unos días en Buenos Aires. Fue hospitalizada, salió, padeció dolores muy fuertes y tuvo que ser internada nuevamente. Va a ser sometida a una operación de alto riesgo en búsqueda del alivio a los terribles sufrimientos motivados por el accidente de tránsito.
El de Gaby es un caso especial. Su padre fue secuestrado hace dos años y más nunca apareció. Ella, con apenas 19 años, estudia y trabaja, y además es sostén económico de su madre y de su hermana menor, ambas viviendo todavía en Venezuela. Aspira a traérselas porque Mariú está sola acá y vive en un hotel.
Nos ha sorprendido constatar en las reuniones de venezolanos en Argentina, a gran cantidad predominante de jóvenes y dentro de ese grupo a muchas muchachas, algunas niñas prácticamente. O sea, de alguna forma es el desangramiento de la patria, pues su gente joven está saliendo a montones de Venezuela.
Al dolor de la ausencia, que ya es bastante duro, nos toca ahora presenciar a lo lejos el sufrimiento y la angustia de los nuestros, que en medio de noches de terror , tienen que aprender a convivir con el miedo y la posibilidad de morir.
@Rafuchin3030

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.