BRIAMEL GONZÁLEZ ZAMBRANO –
El periodista Juan Cruz dice que los seres humanos «Somos nuestra infancia, lo primero que se aprende es lo último que se olvida, según se pierden los recuerdos uno se despide de sí mismo». Así que conservemos nuestros recuerdos tanto como podamos
«No hay tierra como la tierra de tu infancia».Michael Powell
«La verdadera patria del hombre es la infancia». Rainer María Rilke.
«A veces me escribe la infancia/
una tarjeta postal
¿Te acuerdas?»
Michael Krüger
El fin de semana me llegó al móvil la foto de la fachada de una casa. El remitente solo dijo en el grupo de amigos del colegio: «Quise compartirla con ustedes». No escribió nada más. Él sabía lo certero de aquel mensaje. Es la casa de su infancia. Ahora luce con maleza, las paredes desconchadas, cerrada, con la rejería descolocada, algo derruida, acusa abandono. Estoy segura de que a todos los destinatarios nos sorprendió verla así, como parte de una escena apocalíptica.
Aquella quinta con nombre de fría ciudad italiana está en mi natal Puerto Ordaz, una de las urbes más calientes de Venezuela. Allí estuve en cumpleaños, barbacoas, viendo partidos de fútbol, estudiando con cuadernos, enciclopedias, diccionarios de Latín, con el libro amarillo de Historia Universal firmado por Aureo Yépez Castillo, con el libro negro de Biología de Serafín Mazparrote y siempre sobre la mesa había vasos metálicos llenos de Nestea o de Toddy. Muy cerca un mueble con portarretratos con fotos de los hijos. Los padres pasaban verificando que de verdad estábamos repasando.
En una fracción de segundos recordé todo eso. Al padre italiano siempre de punta en blanco, con su acento y sonrisa muy marcados. A la madre guara de voz suave, solícita, cariñosa. Recordé el salón, los cuadros y que cuando estuve en Italia por primera vez pensé en aquella vivienda. También rememoré una llamada a mi móvil en plena madrugada hecha desde esa casa en el año 2001: «¡Soltaron al carajito, negra! ¡Lo soltaron! ¡Es libre!». Mi amigo me avisaba que habían liberado a su hermano pequeño, luego de un secuestro que tuvo en jaque a la policía durante varios días. Aquello se resolvió porque la familia pagó el rescate sin decir nada a las autoridades, pese a que los tenían instalados en su hogar y con sus teléfonos intervenidos.
Respondí al mensaje de la foto: «¡Qué recuerdos! ¿Quién vive allí ahora?». La respuesta de mi amigo Gianca (que vive en Panamá) fue: «Nadie. Mi familia la vendió hace años y quienes la compraron nunca han estado. La abandonaron». Entonces pensé en las casas del resto del grupo, en sus nombres con letras de bronce pegados a la pared principal, pensé en la de mis padres: La Gonzalera.
Evoqué también en esa sensación pesada de estar en el Ortiz de «Casas Muertas» que a veces da al volver al lugar de origen, después de años sin vivir allí. Seguramente usted, estimado lector, puede hacer lo mismo. Cerrar los ojos y ver la casa donde creció, recordar cómo era, su ubicación, sus muebles y si todavía sigue en pie, si aún la visita o queda algún familiar viviendo en ella. Si la vendieron, pensará quien vivirá allí y si la disfruta y es feliz. Si está alquilada o vacía, a la espera de que en Venezuelan haya un mercado inmobiliario razonable para venderla.
Los sitios de la infancia no permanecen físicamente para siempre. Eso lo sabemos todos. Sin embargo, hay quienes sentimos que nos robaron la posibilidad de visitarlos cuando nos apetezca, de ver a los vecinos y algún imprudente te diga que has aumentado de peso o de que te vas a quedar para vestir santos, de pasear por los parques, de ver a las tías cada domingo, o de que los hijos crezcan con primos o padrinos cerca, de que esos niños sepan lo que es una mata de mango porque se subieron a ella y que visiten a los abuelos sin Skype de por medio. Eso nos lo arrebataron de cuajo a algunos. Siempre trato de no quejarme de ello, de agradecer donde estoy y la vida que tengo. Sin embargo, la foto de esta fachada me ha dejado tan pensativa que no pude evitar hacer esta reflexión.
Ya no hay domingos familiares porque los hijos estamos en diferentes países o ciudades, ya no hay vecinos porque muchos también se han marchado, ya no hay parques porque toca encierro, porque la inseguridad mata y lo hace cada día. No hay: «Inventemos una parrilla este domingo que hay béisbol, fútbol, elecciones o porque ha nacido un bebé», porque comprar carne es casi de millonarios.
Ya no hay visitas desde Caracas a Puerto Ordaz porque no quedan casi vuelos, ni repuestos para el coche, ni carreteras seguras. Ya no hay invitaciones para tomar café porque ese es un producto escaso, como el papel del baño, como los medicamentos, los alimentos, las servilletas, como casi todo. Escribo esto y no desvelo nada. Todo es conocido, pero tenía que decirlo otra vez. Esa fachada, la de quinta Firenze, me habló, me dijo cosas, me llevó a lugares y por eso lo he querido contar.
El periodista canario Juan Cruz dice que los seres humanos: «Somos nuestra infancia, lo primero que se aprende es lo último que se olvida, según se pierden los recuerdos uno se despide de sí mismo». Así que conservemos nuestros recuerdos tanto como podamos. Que esta devastación tan horrorosa no nos los quite.
Briamel González Zambrado es periodista venezolana. Reside en Madrid.
Publicado en http://larorraenelteclado.blogspot.com.es