MILAGROS MATA GIL –

I.

Uno de los absurdos de esto que llaman (¿llamaban?) «Revolución Bonita» es ese invento pseudo jurídico que es la ley contra la incitación al odio. Es un breve articulario sin excesivas pretensiones retóricas y que, sin embargo, disfraza tanto la ilegitimidad de origen como la intención de castigar la disensión, limitar la libertad de expresión, que tiene esa «ley», que es más bien una invitación al odio. Ni siquiera mencionaré a su redactor.

Al ser tan ambigua, la tal ley permite interpretaciones bastante amplias de lo pugnible: un video de Tiktok donde una señora ofrece arepas con los nombres de funcionarios del régimen, por cierto bastante ligados en rostros, gastos y actos al legado de odio que dejó Chávez, es un gesto delictuoso. El que la doña apareciera luego, envejecida y deteriorada, pidiendo perdón a esa caravana de pendejos en un vídeo subido a la cuenta de Tarek Saab, el Fiscal, no lo es.

O el vídeo del burro hecho por los bomberos tachirenses, quienes aún están subjudice, cinco años después. O la crónica de las muertes y contagios de aquella fiesta mortal donde el Gran Procurador presidió y bailó la conga mezclada con danzas ventrales. En la plenitud nacional de la pandemia.

Invitación al odio

II.

Ahora, se dice que someterán a escrutinio lo que se diga o se publique sobre la invasión rusa a Ucrania o sobre Putin, hijo predilecto de la Madre Rusia. Es comprensible: en el batiburrillo mental de estos detentadores del poder, la Madre Patria pasa a ser, como en un orfanato regido por monjas (madres postizas y de  oportunidad) la Madre Cuba, la Madre China, la Madre Turquía y pare de contar. Cualquier cosa que pague puede convertirse en vientre adorado. Y adobado.

III.

Por supuesto, cualquier acto retaliativo contra el que se niegue a aceptar que en verdad Rusia está salvando al mundo de un desastre, masacrando un pueblo más débil para lograrlo (argumento de Hitler también en su momento), está justificado por lo que llamaré el cinismo de los malos mercaderes.

Tampoco es que haya habido muchas opiniones, muchas opciones, muchas voces críticas. O protestas. Las redes sociales, que ofrecen tal cantidad de condiciones para expresarse, se ven cundidas de congratulaciones, experiencias bonitas, flores, bodrios sentimentales, nieticos y abuelitos, o relación de libros… sospecho que el algoritmo consideró que esos son mis intereses. Y me avergüenza.

Porque mi interés debería ser, como el tuyo, que me lees: criticar y denunciar lo que anda mal en el mundo. Vuelvo al ejemplo de Sartre-Beauvoir. Al de un hombre honesto como Camus. Y aquí mismo, en nuestra historia… Pero ahora, he observado con pesar que algunos combativos intelectuales se han ido callando. En el exilio, se han ido acomodando. Sus obras crecen o decrecen, pero es normal. Pero ellos, demasiado cansados, se recuestan en el sofá y se miran en algún espejo cercano. Para engañar, creen, la vejez y la muerte. Al olvidar su papel de antenas de Dios para denunciar entuertos y hasta desfacerlos, ya es como si les hubieran extirpado las anginas del cerebro. Y sólo han sido dos décadas. Pienso, entonces, en el maquinador Ulises y su caballo. En Troya. En que allí nadie se rindió. Ni aquivos ni troyanos. Ni Helena ni Penélope. Ni Casandra. Y pienso en la guerra que nos acecha. Y en que nos vamos de rumba «para no ver la periódica liquidación de cuentas». O, peor todavía, no se habla, ni se escribe develando las llagas «porque es antiestético, estresante y poco rentable». Y así, hay quien se refugia en sus bellas oficinas o en exquisitos bodegones, ocultando los cadáveres y los vicios.

Y mañana será como el día después de que el mundo supo de los Holocaustos. Actos de contrición y rechinar de dientes. No me jodan.

IV.

Ucrania es solo una referencia puntual. Siempre ha sido un furúnculo en el culo de Rusia. Remember Holodomor. Y, de paso, vean el símil con las bolsas CLAP y el Saab colombiano. Al aceptar que devasten y humillen esos como Putin, el gordito de Corea, el turco que holla Bizancio, y minúsculas réplicas de ellos, solo obliteramos que, hermanos de humanidad, compartimos esto: también somos avasallados. Y ni nos quejamos.

Milagros Mata Gil es narradora y periodista venezolana. Reside en Venezuela.

 

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