VÍCTOR SUÁREZ –
Los acosadores, los abusadores, los tocaculo más impunes y desaforados no son los orondos curas ni los plácidos tenores ni las mafias del WhatsApp ni los multimillonarios suicidas tipo Jeffrey Epstein. El espectro de las redes de explotación a menores y adolescentes, de traficantes de pornografía infantil, de celebridades de lascivia incontrolable, cualquiera sea su alcurnia, también incluye en lugar preponderante a un reducido grupo humano que desde hace mucho tiempo se reproduce en las organizaciones deportivas, especialmente en el beisbol.
Un estudio realizado por la oenegé “The buttocks do not touch” (“Las nalgas no se tocan”, en español), revela que a lo largo de centuria y tres cuartos (180 años, para ser más precisos) un espécimen técnico indispensable en los clubes del beisbol organizado ha alcanzado patente de corso para abusar de la alegría que produce en un jugador el hecho de conectar un jonrón. A este personaje, regularmente entrado en años, curtido en su oficio, casi siempre notable exjugador, se le llama oficialmente “Coach de Tercera”. Desde su posición estratégica, colocado a poca distancia de la raya de cal que demarca el terreno de juego, a la altura de la tercera almohadilla, comparte responsabilidades gerenciales, junto al manager del equipo y al Coach de Primera, el cual a su vez se ubica en la esquina contraria del diamante.
Sin embargo, reclama el presidente de “The buttocks do not touch”, Sir Gilton Scopertown, dicha responsabilidad se ha desnaturalizado en forma alarmante, al punto de que estos personajes olvidan sus deberes y apenas están pendientes de que un jugador se enrumbe hacia home para darle una palmada en los glúteos, sin que ningún jugador se la haya solicitado y sin estar autorizados para ello. “Hemos recibido múltiples denuncias de este claro abuso de confianza, de esta dispensa que se abroga el Coach de Tercera, bajo el manto de una presunta jovialidad y como falsa expresión de estímulo al pelotero. Estamos conformando expedientes que revelan extrema contumacia en este proceder, en ningún momento consentido expresamente por las víctimas”.
Scopertown señaló que el caso más reciente (aun cuando solo fue un pensamiento fallido) es el escenificado el pasado domingo 18 por el venezolano Ronald Acuña Jr., jardinero de los Bravos de Atlanta que acumula a la fecha 35 vuelacercas, quien se quedó extasiado en home viendo el transcurrir de un potente batazo suyo que creía jonrón, pero la pelota cayó dentro del terreno y lo que pudo haber sido doblete empujador resultó inofensivo sencillo. Acuña no corrió, como era su obligación. El manager Brian Snitker lo sacó del juego en reprimenda por estar más atento a la palmada en el rabo que le daría el coach de tercera Ron Washington que de la complejidad del juego. “Esa actitud de Acuña, reclama Gilton Scopertown, demuestra cuán normal es percibida la licencia que se toman los coachs. Este es un muchacho en apenas su segunda temporada grandeliga, y ya solo piensa en el número de toqueteos que le esperan”.
-¿A qué debería dedicarse entonces el coach de tercera?
-A lo que establecen las reglas, ni más ni menos.
-¿Cuáles son esas?
-Orientar, dirigir y proteger a los corredores en base. Ofrecerle al bateador un constante estímulo verbal, tratar de captarle las señas al receptor contrario, los movimientos del lanzador, y observar la colocación de los jugadores. Está allí para proteger a los suyos, no para hacer fiesta con ellos. Expresamente se establece que cualquier estímulo debe ser verbal, no táctil, ni en plan de tirabesitos.
LOS BOMBONES DE BABE RUTH
-Usted ha mencionado sustanciación de expedientes, ¿de qué se trata?
-A lo largo de los años hemos estado estudiando los casos más relevantes y continuados de esta práctica de acoso sexual que afecta a los jugadores de beisbol de grandes ligas, especialmente a los jonroneros.
-¿Podría deletrearlos, por favor?
-El más relevante y antiguo es el de Babe Ruth, el Bambino de Oro, quien durante 11 campañas con los Yankees de Nueva York estuvo sometido a la impudicia del coach de tercera Charley O’Leary. Este señor, de escasos 5 pies y 7 pulgadas de estatura y con peso de 165 libras, esperaba con deleite a que el Babe pasara por tercera base para manosearle las nalgas. Ruth era un hombrón que medía 6 pies y 2 pulgadas y pesaba 215 libras, y se dejaba… Eso ocurrió entre 1920 y 1930. Fue una escena continuada que, a falta de televisión, presenciaron decenas de millones de fanáticos tanto en el Yankee Stadium como “en la carretera”. Mientras más carreras anotaba y más jonrones disparaba el Babe, la dicha de O´Leary efervescía. El Bambino conectó 714 jonrones durante su carrera, 516 de ellos en el roster de los Yankees. Diez veces fue campeón jonronero en 14 temporadas con los Yankees. Pegaba un jonrón por cada 10 veces al bate. Recibió 1.317 bases por bolas. De manera que si no anotaba por propio cohete, lo hacía impulsado por el cuarto bate Lou Gehrig. Cuando Ruth impuso la marca de 60 jonrones en la temporada de 1927, tuvo record de 158 carreras anotadas. Ese fue un gran año para las veleidades de O´Leary. En total, durante esos once años de impunidad, O´Leary le tocó el culo a Babe Ruth en 2.174 oportunidades.
-¿Hubo algún reclamo ante la liga?
– La reclamación llegó hasta el Comisionado Landis, pero no prosperó.
-¿Preguntaron alguna vez qué sentía ese coach al juguetear así con los jugadores?
-La teoría más convincente dice que durante 10 temporadas como jardinero en liga grande (especialmente con los Tigres de Detroit), entre los años 1904 y 1913 y luego de consumir 3.232 turnos al bate, O´Leary solo pudo conectar tres jonrones. Parece ser que esa falencia vital como jugador se convirtió luego en felicidad suma al manosear al jonronero que pasaba por su vera. Y si se trataba de un ídolo, pues la pulsión era mayor.
SOLO UNO PARA TANTOS MULOS
Sir Gilton Scopertown despeja de sudor sus culo e´botella, se asienta la fronda ensortijada, saca otro cuaderno de anotaciones y se expresa con lentitud, como trinitario recién llegado. Quiere hablar de un segundo expediente que está acumulando. Se trata de la época de Frank Crosetti, que fue coach de tercera de los Yankees de Nueva York entre 1949 y 1968.
-Por las manos de Crosetti pasaron los traseros de los Bombarderos del Bronx durante casi 20 años. Esa fue una nueva época de oro: la del line up de jonroneros que pegaron 4.079 vuelacercas en ese período inolvidable. Allí estaban Mickey Mantle, Roger Maris, Bill Skowron, Yogi Berra, Elston Howard. Cuando en 1961 Roger Maris rompió la marca de Babe Ruth, con 61 jonrones, el club disparó la mayor cantidad en una temporada, 240. A todos ellos Crosetti les mamó el gallo por Detroit. El manager Casey Stengel lo miraba, pero ya la manoseadera se había institucionalizado. Maris estuvo en las manos exclusivas de Crosetti durante los seis años que jugó con los Mulos, entre 1960 y 1966. Pero no había comparación, Roger Maris cosechó apenas 203 jonrones y nunca pudo entrar al Salón de la Fama. Mucho más tiempo estuvo Mickey Mantle al toque de Crosetti: 18 años; desde que entró en el roster en 1951 hasta que se fue en 1968. Se fueron juntos.
MUCHAS MANOS PARA BARRY BONDS
Así como la tromba llamada Barry Bonds comenzó a batir a velocidad de crucero a partir de 1993 con los Gigantes de San Francisco, asimismo fue perdiendo estabilidad el cargo de Coach de Tercera en ese club. Explica Scopertown que durante las 15 temporadas de B. Bonds con los Gigantes, se las vio con 5 coachs distintos. “Por esas 10 manos pasó su trasero mientras anotaba 1.555 veces, 586 de ellas producto de jonrones. Cuando estableció la marca de 73 jonrones en una temporada, en 2001, anotó 129 veces. Ese año, por cada dos hits sencillos, pegó un jonrón”.
UNA BOLOÑA DE CRISTAL
Scopertown tropieza con un dato: en 1996 Barry Bonds despachó 46 jonrones y robó 40 bases. Al ejecutivo de “The buttocks do not touch”, le suena extraordinario algo en que está pensando, parece sobrevenirle un presagio. Se quita los espejuelos espesos y los mira como si fueran dos cuencos de cristal.
-Esto no tiene nada que ver con los coachs del manoseo, aunque sí con el jugador que se deja. Es que en la historia del beisbol de grandes ligas, durante 180 años, solamente cuatro jugadores han terminado la temporada anual con récord de 40 jonrones (o más) y 40 bases robadas (o más). Uno de ellos es Barry Bonds (46 y 40); los otros tres son Alonso Soriano en 2006 (46 y 41), Alex Rodríguez en 1998 (42 y 46) y José Canseco en 1988 (42 y 40).
-¿Y?
-El guaireño Ronald Acuña junior, con 21 años, en su segunda temporada en la liga grande, podría ser el quinto jugador de la historia en completar esa rara hazaña. Su ritmo de 35 jonrones y 29 bases robadas para hoy 19 de agosto de 2019, hace proyectar que cumplirá ese 40-40 con facilidad. Le faltan 41 juegos de la temporada regular.
Según Gilton Scopertown, a Ronald Acuña le han advertido que su porvenir no se encuentra exclusivamente en la parte de atrás de su uniforme. Cuando el domingo 18 se quedó paralizado en home, ligando la posibilidad de que su batazo se convirtiera en jonrón, inmediatamente fue sentado por el manager. Al término de ese cotejo contra los Dodgers, Brian Snitker le dijo: «El nombre que tienes en la parte frontal de la camiseta (el equipo) es más importante que lo que dice atrás (el nombre del jugador)».
-¿Ves?, atiza Gilton. Así que, al fin y al cabo, ya no importa la cantidad de veces que te toquen el rabo…
Nota 1: La mayoría de los datos que han servido de base para la realización de este trabajo, proceden de la enciclopédica página web https://www.baseball-reference.com/
Nota 2: El personaje que declara en nombre de la supuesta ONG “The buttocks do no touch”, no existe, pero está inspirado en el periodista zuliano Hilton Scope, gran reportero deportivo, acucioso y contumaz, trabajó en los diarios caraqueños La Verdad y Últimas Noticias.
Víctor Suárez, periodista venezolano, residente en Madrid, España.