OMAR PINEDA –
Tras una experiencia similar con menores asilados en Groenlandia, este joven músico venezolano de 32 años creó en Suecia la Orquesta de Sueños, conformada por niños provenientes de países en guerra que se refugian en la música para descubrir el lado hermoso de la vida que les habían arrebatado.
Llega el día en que el azar, o quizás el destino, nos pone ante una prueba desafiante frente a la cual no podemos mirar hacia otro lado y, en lugar de paralizarnos o llorar, nos convertimos en héroes de nuestra propias desventuras. Ron Davies Álvarez –un violinista que de chico descubrió a Mozart mientras ayudaba a su abuela a vender chucherías en Guatire, a 45 kms de Caracas–, ve pasar la caravana de refugiados africanos que desfilan durante su ingreso a Suecia. Es otoño de 2015, y la misión del joven “embajador” del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela se ve de pronto alterada cuando su sensibilidad de artista le impulsa a un acto de solidaridad que no requiere excusas.
“Vimos cómo llegaban a la ciudad, en trenes repletos de gente, familias que escapaban del horror de la guerra, y lo que más me impresionó fue la cantidad de niños que se asomaban con la mirada perdida, y recibían al bajar del tren un cambur y una botella de agua. Ese día supe que debíamos hacer algo para ayudar a esos niños y a su familia a integrarse a la sociedad sueca”, explica, sin afanes de protagonismo, el músico cuyo nombre aparece entre los 50 finalistas nominados al Global Teacher Prize, premio patrocinado por la Varkey Foundation que se otorga a docentes que trabajan por transformar las vidas de otros con educación mediante herramientas innovadoras. Tras superar a 20 mil nominados de 179 países, Ron Davies Álvarez fue seleccionado como el único maestro entre los 50 finalistas con la posibilidad de convertirse en el primer venezolano en obtener semejante reconocimiento, el cual se dilucidará el 19 de marzo de este año en Dubai, ciudad en los Emiratos Árabes Unidos.
“No se trata de un premio para mí, sino para la labor que ha hecho durante 42 años El Sistema en Venezuela, y al mismo tiempo un reconocimiento a la labor del docente venezolano, que vive momentos difíciles. Un premio para esos maestros que se levantan temprano cada mañana para llegar a tiempo y educar a los niños y jóvenes, maestros a quienes sabemos que no les alcanza el sueldo ni tienen un seguro que los proteja, pero aún así no dejan de ir todos los días a dar clases. Gente cuyo sacrificio está por encima de la situación que atraviesa el país”.
GUATIRE EN FA SOSTENIDO
La historia personal de Ronnie Davis Álvarez es similar a las de cientos de talentos musicales venezolanos para quienes el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles ha sido la fragua en la cual surgen los directores, compositores y solistas del amplísimo arcoíris que ofrece el arte musical.
“Yo soy hijo del Sistema, un modelo único en el mundo mediante el cual la enseñanza musical se convierte en herramienta para el desarrollo social y la práctica colectiva. Cada aprendizaje que obtuve de los maestros, de los colegas, de los compañeros de El Sistema fueron herramientas que hoy me permiten multiplicar la filosofía del maestro José Antonio Abreu y compartir mis conocimientos en otras latitudes. Una de las cosas que recuerdo siempre, por el hecho de haberme formado en El Sistema, es que siempre seremos estudiantes y tendremos la opción de enseñar y aprender. En El Sistema quien sabe dos notas puede enseñar al que tan solo sabe una. La experiencia de haberme formado en Guatire y ser director de ese núcleo, de poder formar parte de orquestas compuestas por muchos niños, ver clases con maestros de prestigio, ha hecho de mi lo que soy hoy como docente”.
LA ORQUESTA DE SUEÑOS
Ron Álvarez admite que, en cierto modo, el viaje a Estocolmo cambió su vida. Tras haber visto llegar a miles de refugiados, maltrechos y asustados, inició su trabajo en El Sistema Suecia como director artístico y gerente de desarrollo. “No se me ocurrió otra idea que crear una orquesta con niños refugiados; era la única forma que yo conocía para integrarlos a la sociedad y de transformarles sus vidas. Así que en mayo decidí ir a las instituciones en Gotemburgo, donde resido, que se hacen cargo de los niños y jóvenes en solicitud de asilo. En muchísimas partes me dijeron que no podían aceptar mi idea porque no tenían la logística, o me dieron cualquier otra excusa. No desistí hasta que me contestaron que si quería fuera a la casa de jóvenes refugiados, a dos horas de Gotemburgo, para mostrarles los instrumentos a los chicos que permanecían ahí. Cargué un cello, una viola y un violín. Al final, tan solo tres quisieron recibir clases de música. No me importó tomar tres veces por semana un bus para enseñarles tan solo a tres. Después fui a otra escuela y encontré otros niños interesados”.
Fue así como nació la Orquesta de Sueños El Sistema Suecia, cuyo debut se hizo en el concierto de inauguración del campamento musical de verano Side by Side By El Sistema.
¿Cómo hizo Álvarez para conformar una orquesta con niños y jóvenes refugiados, de idiomas diversos, desplazados de sus países sumidos en guerra?
Álvarez tiene una respuesta sencilla: los niños son iguales en todas partes del mundo. Tienen respuestas y comportamientos similares.
“Me fui enterando poco a poco de cada una de las historias de vida de esos chamos de la Orquesta de Sueños. Hacerme entender, cada cual en su idioma, asumiendo que habían frases que no podía pronunciar como “Estudien en su hogar”, ya que adquiría en ellos un significado doloroso: la mayoría había partido de su hogar, a veces, como le pasó a mi alumno de Siria, que su casa fue destruida por una bomba. Para ellos cada expresión adquiría significados distintos. A estos chicos no les importa caminar largos trechos o esperar el autobús durante 20 minutos bajo un frío intenso. Muchos caminaron por semanas y cruzaron fronteras para llegar hasta aquí. Más allá de la barrera del idioma, que ya la había experimentado en Groenlandia cuando llegué, pues ni siquiera hablaba inglés, se trataba de entender las diferencias culturales y religiosas. Hay conmemoraciones que, por ejemplo, para los musulmanes significa una celebración y para otros es un duelo. Entonces, unos tienen prohibido escuchar música. Pero eso no nos detiene. En esas semanas estudiamos teoría musical”.
Álvarez subraya la filosofía del El Sistema: no hay barreras que valgan. El Sistema tiene un núcleo en Monagas con niños y jóvenes waraos; tiene otro en Fukushima, Japón; otro opera cerca del Círculo Polar Ártico. El idioma es la menor barrera que podemos encontrar cuando trabajamos con la metodología de El Sistema.
TRAVESÍAS POR LA VIDA
Entre las anécdotas, dignas de ser registradas en un libro, Álvarez rescata la proeza de dos hermanos que caminaron 3 mil kilómetros desde Albania hasta Suecia; o del chico que hizo una larga travesía de 4 mil kilómetros desde Afganistán hasta Turquía, para luego, tras 30 días de caminata, llegar a Suecia. “Experiencias como esas me conmovieron, pero al mismo tiempo me impulsaron a no desmayar en este proyecto. Y sin querer me recuerda a mi abuela, quien perdió un hijo cuando vivíamos en el barrio El Guácimo, cerca de El Guarataro, en la parroquia San Juan, en Caracas. Nunca supimos nada más de él. Pero mi abuela se empeñó en que quería un futuro mejor para sus nietos. Por eso nos metió en muchísimas actividades, hasta que llegamos a El Sistema. Ella tenía una bodega frente al Núcleo de Guatire. Yo la ayudaba a vender chupis y chucherías, y todos los días escuchaba a los niños del núcleo tocar Beethoven o Mozart. Mi abuela nos aferró a la música para dejar atrás el pasado. Mis niños en Groenlandia, que han pasado por traumas familiares muy fuertes, se han aferrado también a la música para olvidar que fueron, por ejemplo, maltratados por sus propios padres. Lo mismo ocurre con los chicos refugiados de la orquesta. Aunque no sabían qué era un contrabajo. Son ellos quienes se han propuesto a través de la música en tratar de olvidar los estruendos de las bombas para comenzar a escuchar los aplausos. La música no solamente es la oportunidad de soñar o sentir que estás vivo, es también el canal que permite trascender nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro corazón”.
Guardando las distancias, Ronnie Álvarez admite que esa facilidad de identificarse con los niños refugiados no le llegó por arte de magia. “Yo también he recorrido un camino de privaciones frente al cual no me quedó otra opción que redoblar mi constancia y dedicación, además de recibir mucho apoyo. Debo agradecer a Venezuela por formarme como docente y como ciudadano, pero también tengo que agradecer a la Casa de Niños de Uummannaq, en Groenlandia, y a su directora Ann Andreasen: no solamente por darme la oportunidad de desarrollarme en el ámbito internacional sino también porque sin el apoyo y el trabajo que realicé ahí durante tres años con ellos hoy no tendría el reconocimiento internacional. Mientras viví en Groenlandia tuve la oportunidad de visitar y trabajar en otros programas de El Sistema en diferentes países. Groenlandia dejó al descubierto en mí talentos que ni siquiera yo mismo conocía.
VENEZOLANOS QUE SUEÑAN
Sin falsa modestia Álvarez no considera su triunfo un hecho inusual. Sencillamente se aferra al tricolor y responde “es que los venezolanos somos luchadores y no abandonamos nuestros sueños. No importa en qué parte del mundo estemos. Los jóvenes músicos venezolanos trabajan por sus sueños, marcando la diferencia, no olvidamos de dónde venimos y que somos capaces de hacer cosas maravillosas a través de la música. Yo le he dicho a jóvenes músicos compatriotas con los que me he topado: si hoy no estás haciendo lo que en oficio te formaste, no puedes olvidar lo que eres capaz de hacer. Vivir lejos de tu país, de tus raíces, lejos de tu familia no es fácil, pero todos los que intentamos vivir afuera para conquistar nuestros sueños también trabajamos para que se hable bien de nuestro país, para que nuestra familia se sienta orgullosa, para que nuestras raíces, musicales en este caso, sean reconocidas. El venezolano que se ve en la necesidad de irse del país trabaja también para regresar y darle al país todo lo que afuera aprendió, y no solo profesionalmente, sino humanamente».