ROBERTO GIUSTI –
La tortilla se volteó hace tiempo y el país, sufriendo lo indecible, está a la espera de una oposición unida alrededor de un líder que presente una estrategia y haga valer el mandato del poder popular
El dilema es inevitable. Si la unidad democrática (averiada, dispersa, perseguida) decide participar en las elecciones adelantadas, sin cambios radicales en las condiciones, tiene la derrota asegurada y queda “legitimada” (aunque nadie la reconozca como tal) la reelección de Nicolás Maduro por la vía del fraude. Pero si, al contrario, se queda al margen de un evento a todas luces farsesco, entonces la “legitimación” no demandará el fraude sobre los resultados sino ante una convocatoria y celebración írritas.
Diferencia, en realidad, absolutamente intrascendente porque ambas opciones conducen al mismo resultado: la amañada reelección de Maduro y la continuidad en el poder de un chavismo incapaz de poner fin, no ya a la farsa, sino a una tragedia continuada que parece no tener fin.
Lo más probable es, sin embargo, que las cosas no se den de una manera tan terminante y así, por ejemplo, si bien el grueso de la oposición no participe en las elecciones chimbas, lo hagan sí unos cuantos “disidentes”, de esos que llaman “bates quebrados”, cuyo concurso servirá para transmitir la sensación de que el país se debate en una confrontación democrática cuando, en realidad, se trata de una patraña que no engaña a nadie.
Todo ese tinglado de apariencias desmontables se manifiesta en un mecanismo alejado de toda consideración ética, concebido por el chavismo para dividir a la oposición con añagazas como el estéril diálogo en la República Dominicana, uno de cuyos objetivos centrales, (unas elecciones limpias), fue saboteado con el anuncio de las elecciones adelantadas. Era la carta bajo la manga con la que liquidaron la salida pacífica por excelencia y se burlaron de la buena fe de los cancilleres y países que propiciaron la iniciativa.
Consumada la maniobra, fueron precisamente esos gobiernos los que rechazaron, antes que la dirigencia venezolana, las elecciones adelantadas. Y es posible que la mayoría de los partidos de oposición se abstengan de participar, pero será ese un mutis atropellado, desprovisto de una estrategia ante un electorado confuso, a la espera de un plan que sustituya la vía electoral mientras el país se cae a pedazos.
Vistas en principio como la solución ideal para salir del atolladero, ahora las elecciones maduristas se convierten en un problema. La situación sería catastrófica, sin remedio, si la inmensa mayoría de los venezolanos estuviera, como ocurría en el pasado, apoyando al chavismo.
Pero la tortilla se volteó hace tiempo y el país, sufriendo lo indecible, está a la espera de una oposición unida alrededor de un líder que presente una estrategia y haga valer el mandato del poder popular. La situación es catastrófica, pero tiene remedio.
Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma, EEUU.