JOSE LUIS MENDOZA
Estuve en riesgo de ser sometido a juicio por haber preguntado al ministro de la Defensa “por el estado de salud de Fabricio Ojeda», el mismo día que coincidencialmente el jefe subversivo había aparecido muerto en su celda.
Relatar la experiencia de más de una corresponsalía como la de El Nacional en Barcelona, que no está circunscrita únicamente a la ciudad capital sino que tiene competencia en todo el estado Anzoátegui y mucho más allá cuando las circunstancias así lo requieran, no es nada fácil.
Mucho menos fueron fáciles aquellos años de mediados de 1965 a finales de 1967 señalados como tiempos de insurrección, cuando aun estaban vigentes las luchas guerrilleras, existía persecución y cárcel por doquier y tenían plena vigencia los campos de concentración, mejor conocidos como los TO (Teatros de Operaciones) militares, por supuesto.
Anzoátegui fue la mejor cantera de noticias en esa época y aun cuando el centro principal de la lucha guerrillera eran Falcón, Lara y Trujillo, no es menos cierto que en las montañas de El Bachiller (Miranda-Anzoátegui) existía un foco subversivo en donde participaban connotados dirigentes de la izquierda venezolana (Moisés Moleiro, José Manuel Saher (El Chema), Américo Martín, Helímenes Chirinos, entre otros).
La suerte me puso en esa corresponsalía después de haber estado en el estado Bolívar y haber adquirido una experiencia invalorable desde el punto de vista profesional y humano. El que me asignaran a la corresponsalía de Barcelona fue un premio por el desempeño en la corresponsalía guayanesa en donde obtuve dos años consecutivos el Premio Regional de Periodismo, el Premio Interno de El Nacional y fui electo secretario general de la AVP (Asociación Venezolana de Periodistas).
Cuando llego a Barcelona me consigo con el mejor periodista que he conocido. Me refiero a Augusto Hernández, quien tiene una cámara fotográfica en el cerebro y es hacedor de noticias, a su manera, que de todas formas son tubazos. Tiene una percepción innata de la información y adjetivando su nombre merece respeto y veneración. Puedo afirmar que mis éxitos en Anzoátegui, en una gran parte, corresponden a esa invalorable participación de Augusto.
El primer impacto noticioso lo logré el ´primer día de mi llegada. Me dirigía de Barcelona a Puerto La Cruz, y al paso, frente a Lechería, observé un gran cerro que estaba siendo socavado por grandes máquinas y camiones volteos. Augusto Hernández me informó que ese era El Morro, de donde sacaban un ripio o granzón de gran calidad, que luego vendían a precio de oro.
Me impresioné al ver que esa inmensa mole estaba siendo destruida sin nadie alzara su voz de protesta. Ese mismo día se despachó a El Nacional una sola información con muy buenas gráficas sobre esos destrozos y desarrollando la tesis de que El Morro de Lechería es un rompe-olas natural que, al ser destruido, las grandes olas sepultarían para siempre esa bella y costosa urbanización al pie del cerro. Mereció la información un gran despliegue de Última Página.
Al día siguiente se produjeron toda clase de presiones, pero periodísticamente nos dedicamos a buscar opiniones de conservacionistas, del Cronista de Barcelona, del obispo, de voceros universitarios.
Los vecinos se unieron desde el primer momento a la campaña y posteriormente casi toda la comunidad de Barcelocruz festejaba alborozada la salvación de El Morro. Puede decirse que en la segunda quincena de julio de 1965 el diario El Nacional salvó a El Morro y a Lechería de su total destrucción.
Decíamos que eran años de intensa lucha subversiva y parece que Anzoátegui había sido escogido como escenario de hechos violentos noticiosos de gran impacto propagandístico. Es así como casi siempre recibíamos llamadas, unas veces yo y otras veces Augusto, en las cuales nos alertaban: “esta noche hay algo importante”. Por supuesto, era difícil conciliar el sueño y lo cierto fue que a la medianoche ardía alguna instalación petrolera, especialmente los oleoductos, al hacer explosión con bombas que instalaban en ellos.
Casi inmediatamente estábamos en el sitio. A veces, primero Augusto y se daba banquete siempre, haciendo excelentes tomas fotográficas, y a mí me parecía, a cierta distancia, que él estaba dentro de las llamas. Más de una vez tuvimos que explicar ante las autoridades el porqué éramos casi los únicos periodistas que llegábamos primero a cualquier sitio.
Una vez tuvimos oportunidad sobre una odisea romántica que conmovió a todo el país. Sucintamente, se trata de un hombre enamorado, que era administrador o jefe de las rentas de San Juan de Los Morros, y decidió fugarse con una bella muchacha a quien él le doblaba en edad. Esto no hubiera tenido mayor repercusión a no ser porque el Romeo decidió también llevarse un millón de bolívares. Lo cierto es que descubren la fuga a los días y ya el enamorado había dejado San Juan de Los Morros y tomado camino en su automóvil hacia El Tigre. Al salir de Guárico durmió tormentosamente su primera noche con la amada, pero siguió camino. En cada paraje que llegaba, el hombre enterraba cierta cantidad de billetes de banco. Así lo hizo en Pariaguán, El Tigre y en la vía hacia Soledad, en donde finalmente fue capturado y trasladado a Barcelona. Esos cuatro días fueron de una intensa actividad periodística. La prensa tenía una historia romántica cada día, que la gente devoraba con ansiedad y la radio y la televisión a cada minuto pasaban extras sobre la pareja, que por cierto es “vista” en varias partes del país al mismo tiempo.
Es bueno reseñar que El Nacional estuvo en primera línea en las campañas por la salvación y el dragado de la Laguna de Unare; por la construcción del balneario de Puerto Píritu; la defensa de las minas de Naricual; en la lucha por la construcción de una planta de coque; por la construcción de la Avenida Intercomunal Barcelona-Puerto La Cruz. Jamás se prestó a crear confusión o hacerse eco de aquellos que querían que Puerto La Cruz fuera mencionada primero que Barcelona o que la capital del estado fuera trasladada a Puerto La Cruz. El Nacional no se sumó a ninguna campaña de ese tipo; y por el contrario, defendió la integración con la construcción de la Intercomunal; y la sede su corresponsalía ha permanecido siempre en Barcelona, por demás, la patria chica de los Otero Silva.
Existió un hombre de una estirpe especial, de una calidad humana incomparable. Un político de talla moderna y de una amplitud y sabiduría inconmensurables. Ese hombre fue Rafael Antonio Fernández Padilla, farmaceuta que llegó a Gobernador de Anzoátegui y quien dedicó toda su gestión a resolver los más ingentes problemas de esa región y a quien se le debe mucho de lo que es hoy el estado Anzoátegui. Con él nos tocó desempeñar nuestro trabajo, aun cuando políticamente este corresponsal no era muy pasable por los partidos del status de entonces.
Son muy conocidas las circunstancias de cómo, cuándo y dónde apareció el cadáver de Alberto Lovera, dirigente del PCV torturado y muerto por la policía política (Digepol) y echado al mar en Lechería, atado a unas gruesas cadenas. El redactor de El Nacional, que el mismo día se trasladó a las playas de Lechería, supo desde el mismo momento que se trataba del cadáver de Lovera.
Durante un año mantuve secuestrada esta verdad dentro de mí, mientras se daban los pasos necesarios para poderla decir. Fue de tal consideración la situación que el mismo Augusto ignoraba todo.
Gracias a un trabajo valiente del doctor Héctor Dávila Barón, quien era juez para esa época, y del inspector de la PTJ Libano Hernández Useche, fue posible concluir exitosamente la investigación hasta la exhumación del cadáver en el cementerio de Barcelona.
Casos como el de los cubanos polizontes descubiertos en alta mar cuando huían de la isla antillana; los Juegos Deportivos Nacionales; el asesinato de dos efectivos de la Digepol por parte de dos presos que eran trasladados en una patrulla; el de la gallina que ponía los huevos de oro; y el de Fabricio Ojeda, son testimonios y recuerdos imborrables en la mente de un periodista.
Un día, el Presidente Leoni y su comitiva se dirigían a la inauguración de una importante obra en el estado Bolívar, y el avión presidencial hace breve escala en Barcelona para dejar al ministro de la Defensa (general Ramón Florencio Gómez), quien abordaría un buque en Puerto La Cruz para llegar en él hasta Ciudad Bolívar.
Por cortesía, ese gran hombre que fue Leoni desembarcó para saludar al gobernador Fernández Padilla. Brevemente entrevistamos al Presidente, y a la pregunta de ¿Cómo está la situación del país?, el Presidente responde, poniendo su brazo derecho por encima de los hombros del periodista, de la siguiente manera: La situación esta buena… lo que pasa es que ustedes se empeñan en echarla a perder.
Soltó una agradable carcajada y siguió sus pasos. De eso quedó una estupenda gráfica de Augusto Hernández.
Pero en ese instante el resto de periodistas, que no se le acercaron al Presidente, estaba entrevistando al ministro de la Defensa, y este periodista tuvo que apretar la marcha y dejar al Presidente para evitar que lo tubearan.
Ya con el ministro de la Defensa, mi pregunta fue esta: Ministro, ¿cómo está Fabricio Ojeda?
Y el ministro, de muy mal talante, demostrando incomodidad, repreguntó: ¿Cómo está de qué? Y el periodista le insistió: ¿Cómo está de salud?
La respuesta fue esta:
-Él está bien… y si está enfermo, lo curamos.
Este pequeño diálogo salió textualmente en la Última Página de El Nacional.
Ese diálogo se produjo a eso de las 8 y 30 de la mañana.
Muy lejos estaban los periodistas, entre ellos el que esta nota escribe, de saber que ese mismo día, casi simultáneamente al momento que se produce la entrevista con el Presidente Leoni y con el ministro de la Defensa, fue encontrado en el llamado Palacio Blanco, en donde funcionaban los Servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), el cadáver de Fabricio Ojeda.
De más está decir que inmediatamente los cuerpos de seguridad del Estado, en presencia del gobernador Fernández Padilla, interrogaron al corresponsal de El Nacional para indagar la razón por la cual el periodista hizo esa pregunta al ministro de la Defensa.
A la pregunta de ¿Cómo sabía usted que el guerrillero Fabricio Ojeda había muerto?
-No lo sabía en absoluto, respondí.
A la otra pregunta: ¿Cree usted que el guerrillero Ojeda se mató o lo mataron?, respondí lacónicamente:
-Solo sé que lo encontraron muerto.
En ese mismo instante intervino el Gobernador para afirmar que a él le constaba la seriedad y honestidad del periodista y que respondía por él a toda eventualidad.
Como podrá deducirse de este relato, los corresponsales de El Nacional gozaban de completa autonomía y del más irrestricto respaldo y credibilidad por parte de las autoridades del diario, al extremo de que eran ellos mismos los que decidían todas las coberturas que diariamente hacían en sus respectivas jurisdicciones, y se le daba cabida a toda producción que enviaban, incluyendo los reportajes especiales.
Debo decir que mi trabajo en Anzoátegui me ganó el ascenso como jefe de las páginas de Provincia del diario El Nacional, siendo la primera vez en la historia del periodismo nacional que un corresponsal es llamado directamente de la provincia para ejercer un alto cargo de jefatura en Caracas.