QUIM RAMOS –
Tarek, poeta, camarada, no te reconozco. Y no es por todos esos músculos ni por el lifting y los retoques faciales que te van convirtiendo en una caricatura de ti mismo. Eso es pura cosmética y se circunscribe al ámbito de lo privado y a ese miedo tan humano que todos tenemos a envejecer y que unos llevan mejor que otros. Ese no es el problema, no. El problema es la caricatura de ti mismo que llevas por dentro y que has ido forjando en los últimos años. Una caricatura dibujada con los trazos de una moral intransigente que convierte conceptos abstractos como verdad y justicia en normativa y que lanzas contra tirios y troyanos.
Yo no puedo saber qué pasa en esa cabeza tuya, pero sí que puedo ver los resultados tangibles que producen esos pensamientos que se cuecen allí adentro. Por ejemplo, has enfrentado con todas tus huestes a dos miserables que con sus comentarios irresponsables y rastreros seguramente aceleraron la muerte de una persona, pero al mismo tiempo, no lo olvides, te has hecho el loco con el Coquí que se sigue rascando las bolas en su reino de la Cota 905 y que se da el tupé magnánimo de regresar lo robado a sus legítimos dueños, o también con los organismos de seguridad del Estado que siguen cometiendo atrocidades de todo tipo. Como en la cuarta Tarek, recuerda, como en la cuarta. No sé yo, pero frente a esos actos se nota como una falta de motivación, no se ve el mismo entusiasmo por aplicar la ley, la misma iniciativa justiciera, la misma cruzada cívica. ¿Qué es lo que pasa, chico?
Cuando un delincuente armado hasta los dientes le arrebata la moto a un médico o cuando un funcionario policial ejecuta a un delincuente con un disparo en la cabeza sí que se ve claro esa tipificación tan ambigua que es la incitación al odio. Pero la cosa cambia cuando se la aplicas con tanta diligencia a una escritora por un artículo satírico que mete el dedo en la llaga de una fiesta que tú mejor que nadie sabe que no debió realizarse en las condiciones en las que se realizó. Se te ven todas las costuras, Tarek. Siento decírtelo: se te ve el bojote, la paja. No basta con ponerse frente al espejo para saber quién es uno. Deberías saberlo tú que te pasas tanto tiempo frente al espejo. Para eso hace falta una visión en perspectiva, cierta lejanía, un talante escéptico, cierta propensión a lo bufo. Si fueses capaz de reírte de ti mismo yo no estaría perdiendo mi tiempo con este artículo. No pretendería recordarte a aquel muchacho que se acercaba a la sede de la antigua PTJ en Parque Carabobo para conversar con nosotros y para ponernos al tanto de sus últimas denuncias de violaciones de derechos humanos. Recordarte a aquel muchacho que perseguía a los verdugos, y no a este verdugo de moral intransigente en el que te has convertido.
Además, Tarek, estimado, ¿tú no y que eres poeta, pergeñador de palabras? ¿A santo de qué, entonces, limitar tus argumentos a una serie de leyecitas redactadas en un papel por escribientes bartlebylianos y a un grupo de matones que buscan en su casa a una señora mayor para llevársela detenida? ¿Dónde quedó la sabrosa coñaza dialéctica, poeta? Yo no aspiro a que seas Juan Nuño o Ludovico Silva. No pido tanto. Todos tenemos límites. Pero al menos danos la mejor versión de ti mismo y no esta patética versión de Pedro Estrada pasado de esteroides.
Y dime una cosa, ya que estamos: ¿qué vas a hacer con Milagros, dónde la vas a meter? A pesar de su avanzada edad y de sus problemas de salud, Milagros es una mujer fuerte y te va a explotar en la cara. Por activa o por pasiva te va a explotar en la cara. ¿Esa es la imagen que quieres dejar para la posteridad? ¿Esa es tu estatua, el nombre de la callecita, la plaquita de aquí vivió? ¿Y qué es lo que va a decir esa plaquita, Tarek? ¿Qué crees tú que va a decir? ¿Crees que va a decir aquí vivió el insigne poeta nacional Tarek William Saab? No Tarek, eso no va a decir la plaquita. La plaquita te va a recordar de por vida como el poeta que persigue y encarcela escritores. Esa va a ser tu plaquita, Tarek.
¿Y qué ha hecho Milagros, Tarek? Te voy a explicar yo lo que ha hecho Milagros, Tarek. Milagros solo hace su trabajo, el trabajo que le toca realizar a los escritores. ¿Cuál es ese trabajo, Tarek? Pues destapar la olla a ver qué se cuece ahí adentro. Y no siempre es perfume el aroma que surge de esas profundidades. A veces, más de la que quisiéramos, el cocido está podrido. Pero no es un delito señalar lo que consideramos que está mal. Ni siquiera escribir mal es un delito. ¿Verdad?
Mientras escribo estas líneas se ha conocido que Milagros Mata-Gil y su amigo el poeta Moriche han quedado en libertad bajo medidas cautelares: arresto domiciliario, régimen de presentación cada 30 días, sus teléfonos celulares incautados y la prohibición de hablar del caso. O sea, Tarek, una libertad chimba, una libertad que es una condena acechando.
Así que, Tarek, hermanazo, libera totalmente a Milagros y a Moriche, que regresen a sus casas, con sus libros, con su gente, que sigan escribiendo y, de paso, pana, suelta un ratito ese librito azul tan manoseado y tan mal utilizado, agarra ahí una hoja en blanco y un lápiz y glosa, Tarek, polemiza, Tarek, dialectiza un rato, chamo, dale un respiro a este país, permítenos soñar que aún es un país posible, dinos que todavía hay esperanzas, Tarek, que todavía podemos dirimir nuestras diferencias lejos del código penal, lejos de la coacción. Escribe, Tarek. Igual te llevas una sorpresa.