VÍCTOR SUÁREZ –

El crítico José Luis Morante y el poeta Carmelo Chillida discuten los términos de la conversación pública que van a escenificar dentro de breves minutos en la librería de enfrente. “Presentarán la cabeza del fósforo”, anuncia el editor David Malavé, de Kalathos. Morante lleva en el bolso un texto publicado en junio de este año, junto a este otro, escrito para la ocasión, y además se ha puesto a escudriñar en las enciclopedias las trazas que dejó en la historia precristiana el César Julio Cayo.

Lejos de Desde el balcón (“crónica personal con mucho de intimismo”), Morante, que también es poeta, sostiene que uno de los grandes aciertos en este nuevo poemario de Chillida («Rojo como la cabeza de un fósforo») es haber escogido la figura de Julio César como el arquetipo del dictador, a la vez dios de barro, rodeado de milicias amedrentadoras y de un coro uniforme y prescindible. Pero allí mismo, la debilidad presunta. La Guerra de las Galias es obra cumbre de la propaganda política y los poetas de suyo huyen de tal. El prólogo de la cubana Zoe Valdés pudiera parecer que arrima demasiado a Chillida hacia el panfleto. Por eso aparece allí un epílogo “un poco más literario”.

Lo que le pasó al fósforo
Rojo como la cabeza de un fósforo
Autor Carmelo Chillida
Prólogo de Zoe Valdés
Epílogo de Salvador Galán Moreu
Kalathos Ediciones
Madrid, 2018

Sentencia Morante: “los mejores contrapesos son los poemas mismos” : “una mala poesía es la que se agota en sí misma”. Chillida responde: “la buena literatura no tiene un solo nivel de lectura” : “siempre habrá descubrimientos. Fíjate que en ningún momento menciono a Venezuela”. “Pero estás focalizando a un sistema político”, completa Morante.

Ambos están rodeados de entornos populistas, en la gran galaxia, en la península y en aquel nidal caribeño. Le consuela Morante: “No nos tenemos que asustar de eso. El populismo siempre es el mismo en todas partes, y siempre termina como el cuento de la lechera”. Cuando dice el dicho, me retraigo a rebuscar el cuento como lo contaba Esopo antes de Cristo, o como lo prefería Don Juan Manuel en el XVI, o como Samaniego en el XVIII, pero terminé tarareando la versión de Don Pedro Flores de mediados del XX: “sabrá Dios cuántos le estarán pintando ahora pajaritos en el aire”.

Morante, a fin de cuentas, considera que a veces el calificativo de Política en Poesía es indigesto, que muchos no aceptan, pero que en todo caso no es ningún virus. Y en eso quedan.

¿Qué dirá en la sala que ya se está llenando de amigos de uno y otro lado del Atlántico? En las paredes del semisótano cuelgan imágenes de un hombre que bebe, que ríe, va con sombrero panamá, al lado de Juan Rulfo, de Vargas Llosa, de González León, en una caja hay una pipa, varios pasaportes diplomáticos, portadas de sus libros. Es David Alizo Postmorten que viene por allí con su novela Mi querida muerte.

Crítico y poeta cruzan la calle y bajan a la sala de conferencias de la librería de la calle Galileo 52. Se sienta ante el público Morante y dice: “La poesía política de Chillida tiene una razón de ser, un momento, que cuando se normalice la situación política en Venezuela, esa poesía servirá para contar lo que pasó”. Repica luego Chillida con cómo le sacó punta a la cabeza del fósforo. Reflexiona sobre el fanatismo, el de los cerebros que no piensan sino que arden. Chillida advierte allí la posible segunda lectura del libro, además de su valor testimonial. Y concluye: “Los versos contra las dictaduras suelen durar más que las mismas dictaduras”, tres líneas escritas en Caracas en 2010 bajo el título de “Resistencia”.


 

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